
AQUELLOS SILENCIOS QUE MI ALMA HA GUARDADO DURANTE TANTOS AÑOS,AHORA HABLAN EN ESTE RINCÓN PERDIDO, EN EL QUE SE ENTREMEZCLAN LOS ECOS DE LO REAL Y LO IMAGINARIO, QUE LLEGAN, DESDE LO MÁS PROFUNDO DE MIS ADENTROS.
martes, 14 de abril de 2009
Su aroma

miércoles, 8 de abril de 2009
Mi suerte

Te he tenido por dentro y por fuera, en la profundidad y en la superficie, en toda tu dimensión, mucho más de lo que nunca me atreví a soñar, más de lo que quisiste imaginar.
Y de cada segundo que fuiste mío, exprimí tu esencia hasta su última gota, y la absorbí diluyéndola entre mis líquidos, para que llegara así a mi sangre, y ahí está, fluyendo por mi cuerpo a toda velocidad, recorriéndome entera a cada bombeo de mi corazón.
De esa forma te sigo teniendo, en mi mirada, en mis suspiros, en el palpitar de mi cuerpo, en la suavidad de mi piel… en todo ello… te sigo teniendo.
miércoles, 25 de marzo de 2009
El espartano

Entonces, cuando ya no te esperaba, entraste en la habitación, con la luz en tu espalda. Tu silueta, recortada por las sombras, se dibujaba firme, como un espartano, en la batalla de las Termópilas.
Y yo, al verte poseído por el ansia del guerrero, me preparé, me preparé para luchar. Con mi lambda tatuada en el pecho, en honor a tu memoria, memoria de mi cuerpo, moldeado por tus manos, en todos aquellos momentos, en los que en la cruzada, combatimos cuerpo a cuerpo, sin temor y sin piedad.
Y en esa lucha que fui tuya, diluyéndome en tu cuerpo, bebiendo de tu aliento, teniéndote tan dentro, comprendí, que no hay guerras ni batallas, no hay luchas ni encrucijadas, que no abandere gustosa, por poder fundirme en ti.
jueves, 5 de febrero de 2009
Esencia de un adiós

Antes de decir adiós

viernes, 16 de enero de 2009
He estado pensando en ti

He estado pensando en ti, de esa forma extraña en la que suelo hacerlo. He invocado tu cuerpo, que se estremece en mi pensamiento, he inventado tus manos, que me han enseñado el camino, de los placeres etéreos. Y al imaginar tus ojos, velados por el deseo, he descubierto, que me da miedo perderme en ellos.
He estado pensando en ti, de esa forma extraña en la que suelo hacerlo. Estoy aprendiendo a volar, y quizás, si tú quieres, podamos vernos.
viernes, 9 de enero de 2009
La cabaña

La chimenea crepitaba calentando la cabaña que habíamos alquilado ese fin de semana. Fuera no paraba de nevar, así que habíamos bromeado con la posibilidad de que esa furtiva escapada se alargara más de los dos días previstos.
Para el resto de mortales tú estabas en un simposio sobre tecnología avanzada, y yo en una feria de antigüedades. Al menos no habíamos mentido del todo con el lugar, los dos habíamos dicho Madrid, y allí estábamos, o por lo menos un poquito cerca.
La cabaña la habíamos alquilado por internet, en un pueblecito perdido de la sierra madrileña, y el lugar no podía ser más idílico.
A mí me habían tenido que subir unos vecinos del pueblo, pues con mi coche habría sido imposible, y tú, no sé, te vi aparecer entre la nieve, cual montañero experimentado.
Ninguno de los dos habíamos traído maletas, lo puesto y ya está, ¿para que más?, la cabaña ya estaba surtida de todo lo necesario para sobrevivir en ella cuatro o más días, y nosotros no teníamos pensado salir de ella absolutamente para nada.
Y ahí estábamos los dos, escondiéndonos del mundo como dos adolescentes. Tu risa llenaba la habitación, como los cantos de los pájaros la primavera. Hundí mi nariz en tu pelo, olía a leña, a resina de los pinos, como el resto de tu cuerpo que desprendía aroma a naturaleza.
Permanecías tumbado boca arriba con las manos bajo tu cabeza, yo de lado pasaba mi pierna izquierda sobre las tuyas. No me cansaba de admirarte, eras como te había imaginado, tu piel tenía el color de la arena húmeda, tus ojos encerraban todo el brillo del sol, tu pelo se arrebolaba como las hojas de los arboles mecidas por el viento, y tu sonrisa, tu sonrisa era como el universo.
Te levantaste perezosamente para ir a por más leña, yo me acurruqué boca abajo y observé de soslayo como te ponías tu abrigo y salías descalzo. El frio que entró por la puerta erizó mi piel, y hundí la cabeza entre las almohadas.
Oí como se volvía a abrir la puerta, ¡que pronto! (pensé), entonces noté como retirabas con cuidado el edredón con la sabana y… ¡Ah!, Pusiste un puñado de nieve sobre mi espalda, salté de la cama como impulsada por un resorte, y mientras me quitaba la nieve de encima te vi reír y salir corriendo. Intenté cogerte por el abrigo, pero me quedé con él en la mano, y tú saliste completamente desnudo.
Verte brincar por la nieve mientras escuchaba tus alegres carcajadas me llenó de felicidad, era la imagen más erótica que jamás hubiera presenciado. Tus músculos se movían acompasados como dirigidos por un invisible director de orquesta. Yo salí también desnuda tras de ti, no pude evitarlo, al principio noté un frio punzante, pero a los pocos segundos ya no sentía nada.
Al verme abriste los brazos en cruz para recibirme, y yo me lancé contra tu cuerpo, caímos rodando por la nieve, los dos desnudos, riendo, vi lagrimas de alegría inundar tus ojos, nos besamos, y tu fuego me llegó muy dentro.
Te levantaste y me cogiste en brazos, como los novios cogen a las novias para cruzar el umbral, y eso hicimos, cruzar el umbral de nuestro pequeño paraíso de madera.
Me dejaste sobre la alfombra de pelo natural que descansaba frente a la chimenea, nos tumbamos apretados, acoplados, tapándonos con la manta del sofá, y allí, viendo caer la nieve y escuchando el ulular del viento, permanecimos toda la noche.
Me quedé dormida entre tus brazos y al despertar te vi despierto:
- ¿has dormido? (te pregunté)
- No, no quería perderme ni un solo segundo de este encuentro. (Dijiste clavando tus ojos en los míos)
En tu mirada lo vi todo, en ella estaban todas las respuestas, el significado de todo aquello que hasta ese momento no había comprendido, en tus ojos, encontré la verdad, mi verdad.
Todo el amor acumulado a lo largo de los años, floreció en mi piel, y observando tu imagen supe, que lo había estado guardando para ti.
Mi camino estaba ahí, el ligero hilillo de suave vello que unía tu pubis con tu ombligo fue mi senda, el principio de un largo viaje donde descubrir tus esencias, tus aromas, tus sabores, descubrirte fue mi meta.
Tu piel cálida, tostada, era el desierto en el que perderme, tus labios esponjosos el maná de mi perdición, tu espalda mi estepa.
Y buceé entre tus sentidos, despertando en ti cada gemido, cada escalofrió, tu cuerpo se abría a mí como las flores al sol, y bebí de tu rocío, me embriagué de tu sudor.
Te amé, como sólo se aman los amantes que lo tienen prohibido, y eso, éramos tú y yo.
El tiempo se consumía al ritmo de la leña, y las cenizas crecían formando montones grises que nos recordaban la proximidad del fin.
Nos comimos y nos bebimos, nos consumimos el uno al otro, nos impregnamos de nosotros, fuimos egoístas intentando desgastar el cuerpo ajeno para podernos llevar más.
El amanecer se juntaba con el día, con la tarde, con el anochecer, no había tiempo, el reloj paró sus manecillas, y nosotros le robamos momentos al día. Pero por más que aprovechamos, por más que quisimos rebañar los minutos, el tiempo pasó, y en tus mejillas la palidez me habló de despedida.
Hundí mi cara en el hueco de tu cuello, e inspiré el aire que te cubría mientras sentía tus manos resbalar por mi cadera.
- Vete tú (te dije bajito), yo no podría.
- Vente conmigo (me dijiste melancólico)
- Sabes que no puedo
- Pues voy yo
- Sabes que no puedes
Tu mirada se nubló y tus labios besaron los míos, con un beso lento, nostálgico, eterno.
Te diste la vuelta y saliste por la puerta que anteriormente fue testigo de tu desnudez, pero ahora ibas vestido, y te vi caminar por la nieve, sin mirar atrás, sin girarte una última vez, y allí me quedé, mirándote, desnuda, envuelta en nuestra manta. Desapareciste con ese paso firme que tienen los montañeros experimentados, mientras los copos seguían cayendo, lánguidamente
jueves, 8 de enero de 2009
Si sólo eres un sueño

Los días plomizos y húmedos han calado en ese yo que no sé cómo llamar, han calado y me han nublado por dentro, y en ese malestar melancólico de mi yo espiritual, he decidido echarte de menos, a ti, sin ni siquiera saber si tengo derecho a hacerlo.
Llevo toda mi vida buscándote, y en esa búsqueda he perdido tanto de todo aquello que aposté. Quizás también, hice tanto daño, que al preguntarme si eres real, siento vacio al imaginar, que nada valió la pena.
Y en ese querer imaginar, imagino tus manos, el color de tu mirada, el tono de tu piel. Al querer idear tu voz, y querer dibujar tu sonrisa, advierto la irrealidad de tu ser, y lo único patente, es mi triste añoranza, que me mira de lejos, riéndose de mí.
En esta noche absurda que no me deja dormir, en esta noche en la que la soledad es mi única compañía, te necesito aquí, junto a mí, para que borres este presentimiento que me envuelve, haciéndome entender que nunca te encontraré, o peor aún, que ni siquiera existes.
Así que intentaré dormir, para encontrarte en los sueños, allí donde me susurras al oído, allí, donde tus manos cubren las mías, y el calor de tu cuerpo, se convierte en mi único abrigo. Allí te iré a buscar, donde al esperarte te hallo, allí, donde tú sabes.
Y si es verdad, si es cierto que sólo existes en mi imaginación, te voy a pedir un favor, no me lo digas nunca, guarda silencio, mantén el secreto, y sigue acudiendo como cada noche a mis sueños, que yo, en ellos, te seguiré queriendo
miércoles, 31 de diciembre de 2008
Si me sientes
Perderme en tu cuerpo, desierto de mis ansiedades, es como admirar el paisaje a través del cristal de mi ventana, vestido de lluvia.
Mis deseos florecen como los ciclámenes en otoño, a la sombra del aroma de tu piel. Y al sentir tus labios febriles recorrer mi ser, mi mente se nubla perdiendo el timón que equilibra mi centro.
Necesito que calmes mi sed, que nace del arroyo de mis flujos, que emanan efervescentes tan sólo con tu presencia.
¿Qué te puedo ofrecer? ¿Qué me puedes prometer? El contacto de las pieles, la penetración de los sexos, los deseos obscenos, un movimiento rítmico y lento, el sudor del esfuerzo, lamer nuestros huecos, el goce como único verbo.
Sabes que te daré más, que tú, me procuraras más. Enredaremos nuestras almas, nuestras sombras se fusionaran, y en nuestro lecho, la pasión yacerá desnuda, exhausta, oliendo a mar.
Mi delirio será el sosiego de tu excitación, no habrá camino de vuelta, las cartas estarán echadas. Al filo del abismo de nuestra inconsciencia, descansaran nuestros temores, y entre tu pensamiento y el mío, la ilusión será realidad.
Y si te paras un momento, y me sientes en silencio, entenderás, que no hay eco que no vuelva, que no hay olas sin espuma, y ya para siempre, lo queramos o no, no habrá tú, sin yo.
miércoles, 17 de diciembre de 2008
Para todos los vanidosos

FELIZ NAVIDAD
Sabía que los reyes no iban a traer lo que les había pedido, nunca lo hacían. Le traían algunas pequeñas cosas que solicitaba en su carta, pero el regalo grande, el importante, el que realmente quería, ese, nunca lo traían.
Pero este año no iban a tener escusa, lo había aprobado todo, en el colegio le habían felicitado por su buen comportamiento, incluso mama le había dicho que estaba muy orgullosa de él, así que este año lo tendrían que traer.
Adela ya estaba durmiendo, ella nunca pedía nada, decía que los reyes no existían, pero Nacho sabía que si. Lo que pasaba es que tenía que ser muy bueno para que le trajeran el regalo grande.
Seguía metido en sus pensamientos cuando oyó ruido en el comedor, sonaba como a cascabeles ¿serian ya los reyes? Nacho cerró fuerte los ojos y aguantó la respiración para que no se dieran cuenta de que estaba despierto. Se oía como arrastraban algo grande, seguro que sería el regalo que tantas veces les había pedido.
Permaneció quieto, inmóvil, no quería que se asustaran y salieran corriendo. Aguantó así largo rato, no se atrevió a moverse hasta que pasó mucho tiempo sin oír ningún ruido.
Cuando estuvo bien seguro de que ya no se movía nada, se levantó lentamente, se puso las zapatillas y la bata que tenía sobre la silla que había junto a su cama, hacía frio, y en la casa no tenían calefacción.
Abrió la puerta de su habitación sin hacer ruido, y poco a poco recorrió el pasillo hasta llegar al comedor. Antes de entrar apretó los puños, cerró los ojos, y susurró… por favor… dio unos pasos con los ojos cerrados hasta entrar en el comedor, y entonces lentamente los abrió. Frente a él aparecieron varios regalos pequeños, y un gran paquete rojo brillante con un enorme lazo de varios colores.
Nacho sonrió, ¡lo sabía este año no tenían escusa! gritó, y se abalanzó sobre el paquete para arrancarle el papel, mientras su madre lo observaba desde la puerta con los ojos llenos de lágrimas.
Por fin los de asuntos sociales le habían conseguido la silla de ruedas para Adela, y con ella, un poco de felicidad.
miércoles, 10 de diciembre de 2008
En la oscuridad

Entonces noté un ligero movimiento junto a mí, hay alguien, me dije, tus labios taparon los míos, un beso cálido, intenso, húmedo, un beso que aceleró mi sangre. No me sentía cómoda, no sabía quién eras, no veía nada, y tus manos cálidas acariciaban mi piel presionando ligeramente .Un perfume varonil, limpio, embriagaba mis sentidos, siempre he sido débil ante una buena fragancia,
-¿Quién eres? Te pregunté
- ¿no te acuerdas?, me contestaste con una voz excitantemente masculina.
-… de nada
Entonces noté el peso de tu cuerpo sobre el mío, separaste mis piernas con tu rodilla, y yo, que quería oponerme, me dejé llevar.
Mientras te movías suave dentro de mí, acercaste tus labios a mí oído, y dijiste lentamente
-Eres para mí
-No me conoces
-No me hace falta, lo supe al ver como caminas, al escuchar tu risa, lo supe al ver como mirabas a tu amiga, al oler tu perfume, lo supe al escuchar tu voz. Cuando te vi entendí que había nacido para hacerte feliz, para mostrarte el mundo, para caminar a tu lado, para vivir junto a ti.
-Pero… y si no quiero, y si yo no te quiero.
-Me querrás, en cuanto me veas me querrás, sabrás que soy lo que has estado esperando, nada más verme me amaras, si es que no lo estás haciendo ya.
Su voz, su perfume, sus manos, su movimiento, la oscuridad, si, algo quemaba en mi pecho, mis ojos se inundaron de lágrimas.
-No llores
-¿Me ves?
-Si
-Pero si solo hay oscuridad
-...es que tú… tienes tu propia luz.
-¿Quién eres?
-Tu destino
domingo, 7 de diciembre de 2008
La mecedora
Aquella noche, el ligue de mi amiga sirvió para algo más que para engordar su ego y la lista de amantes de su agenda.
Era agente inmobiliario, y tras la implacable caidita de ojos de Marta, se comprometió a encontrarnos piso.
Así que a las cinco de la tarde del día siguiente, con la puntualidad de un reloj suizo, nos plantamos en la inmobiliaria.
Los ojos del muchacho al ver entrar a Marta brillaron con la inconfundible luz del deseo, sonrío, y nos saludo efusivamente.
- Justamente estaba pensando en vosotras, esta mañana he recibido una llamada para ir a ver un piso para alquilar, he ido y me ha encantado, es un piso antiguo pero muy bien conservado, está completamente amueblado, tiene muchísima luz, y la cocina y los baños están impecables.
- Bueno, bueno, pinta bien, pero ya sabes que tenemos un presupuesto muy ajustado (le dijo Marta en un tono extremadamente sensual).
- Eso es lo mejor ¿Cuánto podéis pagar?
- Lo que sería perfecto para nuestra economía sería 350 €, pero como eso es imposible, haciendo un esfuerzo podríamos llegar máximo a 500 (le dije resuelta)
- ¡Qué casualidad! La dueña, que es una encantadora ancianita que vive en el piso de abajo, insistió en que quería que los inquilinos pagaran 350 €, que le descontáramos lo que quisiéramos, pero que el precio final a pagar tenía que ser 350€ ¿curioso, no? (dijo pensativo)
- ¡Eso es fantástico! (casi chilló Marta), vamos, no perdamos tiempo, quiero verlo ¡Ya!
Así que allí nos dirigimos los tres.
Desde fuera la cosa no podía pintar mejor, el edificio estaba situado en una tranquila calle de un conocido barrio de Barcelona, justo enfrente de una iglesia.
La portería era señorial, con un impresionante portón de madera y cristal, que el muchacho abrió con una gran llave.
- La señora me ha dicho, que sobre todo hay que tener cuidado de no perder la llave, pues no es fácil encontrar quien sepa hacer una copia (nos dijo mientras hacía girar la llave en la cerradura)
Ante nosotros se erguía solemne una preciosa escalera de mármol con un pasamanos tan dorado que se diría de oro. Junto a ella nos esperaba un ascensor tan antiguo como todo lo demás.
Abrimos la puerta de hierro forjado, y después las dos de madera con bellísimas agarraderas de bronce. Pese a mi claustrofobia entré en el acristalado ascensor para poderlo observar mejor.
Me senté en el asiento intentando controlar mi respiración mientras escuchaba el chirriar de la vieja maquinaria, y observaba con detenimiento cada detalle del ascensor.
Tras la agónica ascensión llegamos al rellano y nos plantamos frente a una labrada puerta con una gran mirilla de latón.
El amigo de Marta abrió la puerta, y frente a nuestros ojos apareció un precioso recibidor en el que una mullida alfombra vestía el suelo de terrazo antiguo.
Junto a una luminosa ventana, se erguía un perchero de pie en madera de roble, que acompañaba a un elegante taquillón y un paragüero a juego.
Recorrimos el ancho pasillo que iba dando paso a las estancias de la casa. Las paredes en color arena daban calidez al ambiente. Dos espaciosas habitaciones, un aseo, un cuarto de baño, una acogedora cocina, y un amplio salón con dos salidas de altas cristaleras a un gracioso balcón decorado con bonitas plantas, y una pequeña mesita con dos sillas en hierro blanco, componían el apartamento.
Todos los muebles eran antiguos, estaban delicadamente restaurados y cuidados, un agradable olor a cera de muebles flotaba en el ambiente.
Sólo una pieza parecía haber sufrido el paso de los años, era una hermosa mecedora de madera reseca marcada por la carcoma.
Estaba en un rincón como apartada de todo lo demás, tenía un aire triste y solitario, como si hubiera sido marginada por el resto del mobiliario.
Mis ojos la recorrieron lentamente, deteniéndome en cada una de sus curvas, imaginando mis manos lijándola pausada y suavemente, para poder sentir después su tacto aterciopelado al untarle la cera.
Unos golpecitos en el hombro me sacaron de mi ensoñación
- ¡Nena! ¡Quieres volver al planeta tierra! Te estaba diciendo, que esa porquería llena de bichos se la tendrá que llevar la dueña del piso a su casa.
Me dijo Marta señalando la mecedora.
- Esa porquería, como tú la llamas, tiene más años que nosotros tres juntos, y si pudiera hablar, seguramente te contaría historias más interesantes de las que vivirás tú en toda tu vida, así que un respeto, y si está aquí, será que así lo quiere la dueña de la casa, y ya te anticipo que no pienso perder el piso por tus manías.
Le repliqué en un tono contundente que hasta a mí me sorprendió. Marta me miró extrañada y al cabo de unos segundos me contestó.
- Como me aburres cuando te pones en ese plan trascendental con los muebles y su historia. Pero bueno, he de reconocer que el piso está bien, no es de mi estilo, pero por este precio no vamos a encontrar nada mejor.
- Por este precio no vais a encontrar nada, ni mejor ni peor.
Nos interrumpió el amigo de Marta.
- Para mí es ideal, si lo hubiera decorado yo, no me gustaría más. Tiene un aire romántico que me encanta, es alegre, acogedor, me he enamorado.
- Ya te veo, ya, ¡bueno! pues nada más que decir, ¡nos lo quedamos!
Dijo Marta sonriendo.
Los días siguientes fueron de idas y venidas, preparativos, sólo quedaban cinco días para el uno de Diciembre que era cuando teníamos previsto instalarnos en el piso.
Al disponer de un horario más flexible fui yo la que me encargué de hacer el traslado.
El chico de la inmobiliaria, nos había dicho que la dueña no tenía ningún inconveniente en que empezáramos a meter cosas en el piso antes del día uno, así que sin dudarlo, empecé a llevar cajas y a llenar los armarios.
Compré varios ramos de flores, el piso lucia hermoso, el sol entraba a raudales por los amplios ventanales, y la energía positiva bailaba al son de la música que para sorpresa mía, salía de una radio antiquísima que yo creí sólo de decoración.
Me sentía feliz, pletórica, parecía que aquel había sido el hogar de toda mi vida.
Me sobresaltó el timbre de la puerta, no sabía quién podía ser, así que fui a abrir intrigada.
Frente a mí, un entrañable ancianito de sedoso pelo blanco y vivaces ojos azules, me saludo sonriente.
- Buenos días, soy el dueño del piso, he venido a presentarme y a saludarla, perdone si la molesto.
- No por Dios, todo lo contrario, lo cierto es que tendría que haber bajado yo a saludarles, el señor de la inmobiliaria nos dijo que vivían justo debajo, he sido una desconsiderada, discúlpeme, pero con todo este lío, la verdad es que no he caído.
- ¡Qué va! No te preocupes, es normal, lo que pasa es que ya sabes cómo somos los viejos, no tenemos muchas más cosas que hacer, y aprovechamos cualquier ocasión para hablar con alguien.
- Jajajaja, pero pase, no se quede en la puerta, no tengo mucho que ofrecerle, pero si le apetece un poco de leche o un zumo con unas galletas.
- Si me prometes que no se lo vas a contar a mi mujer, te acepto un vasito de leche templada con dos galletas.
Me pareció tan tierno que tuve que retener mis ganas de plantarle dos besos sonoros en sus mejillas sonrosadas. Así que me dirigí a la cocina a prepararle la merienda al encantador abuelito.
Cuando entré en el salón con la bandeja, portando su leche, sus dos galletas, y un vaso de zumo para mí, lo encontré sentado en la mecedora.
Se balanceaba suavemente, y tenía la mirada perdida en el tiempo, lo vi tan cómodo que acerqué una pequeña mesita para dejar la bandeja, y una silla en la que sentarme.
Me contó su afición por restaurar muebles, yo le confesé que a mí también me gustaba, intercambiamos batallitas de recogida de muebles viejos por las calles, comentamos pequeños trucos, y nos confesamos nuestras marcas preferidas de barnices y ceras.
Entre los dos se creó ese vinculo tan especial que nace entre dos personas que comparten una misma afición y que vibran con las mismas cosas.
Entonces le pregunté por la mecedora, y su mirada se entristeció, y mostrándome sus manos deformadas por la artrosis, me explicó que ya no tenía ni la movilidad ni la fuerza necesaria para restaurarla.
Me ofrecí a hacerlo yo, siempre bajo su supervisión, lógicamente. La ilusión volvió a su mirada, y me dijo que sería maravilloso poder ver la mecedora restaurada.
Quedamos que más adelante, cuando Marta y yo estuviéramos definitivamente instaladas, él y yo nos pondríamos manos a la obra.
Nos despedimos, y entonces sí le planté dos besos en sus sonrosadas y delicadas mejillas.
Como ya se me había hecho tarde, recogí la bandeja de la merienda, lave los vasos y el plato, lo puse todo en orden, y con eso de ¡mañana será otro día!, me marché.
Y efectivamente, a la mañana siguiente, era otro día, y como tenía que recuperar el tiempo perdido, me fui directamente al piso.
Estaba en la que iba a ser mi habitación, era un precioso dormitorio con la cama de hierro en color marfil, y dos mesitas desiguales en decapé también marfil, a juego con el amplio armario.
Mientras iba ordenando cosas recordaba la conversación del día anterior, cuando me interrumpió el timbre de la puerta. Sonreí al pensar que sería mi ya querido abuelito, y fui canturreando a la puerta.
Pero esta vez, era una ancianita la que me sonreía.
- Buenos días, no quisiera interrumpirte, sólo he subido para saludarte.
- Muchas gracias, yo pensaba pasar por su casa antes de marcharme, pero pase, no se quede en la puerta, no tengo mucho que ofrecerle pero si le apetece un poco de leche, o un zumo con unas galletas.
- No gracias, no me apetece nada, acabo de tomarme un té, además no me quedaré mucho, desde que mi marido murió no puedo estar mucho tiempo aquí, todos estos muebles me traen demasiados recuerdos, empleó tanto tiempo en restaurarlos, tenía tanta ilusión, cada vez que recogía un mueble de la calle parecía un niño con zapatos nuevos, por eso cuando sus manos se deformaron y perdió la fuerza, algo se apagó dentro de él. Se pasaba las horas aquí admirando los muebles, esta era su obra. Hay una mecedora que ya no pudo restaurar, te habrás dado cuenta de que está vieja y picada de carcoma, por eso te quería decir que si quieres tirarla lo entenderé, yo no lo he hecho porque me da pena, él solía sentarse en ella y se quedaba con la mirada perdida, supongo que imaginando que la restauraba.
Las lágrimas acudieron a sus ojos, y yo sin saber que decir, paralizada por una sensación tan extraña que nunca podré explicar, me quedé allí estática, hasta que apenas atiné a decir:
-Yo también restauro muebles, si quiere, la puedo restaurar.
-Oh, eso sería maravilloso, si no te importa. Y me lo descuentas del alquiler del piso.
-No por favor, para mí será un placer, no le cobraré nada, tómeselo como agradecimiento a alquilarnos un piso tan bonito a tan bajo precio.
-Bueno quizás no debería decirle esto porque vas a pensar que soy una vieja loca, pero la verdad es que cuando decidí alquilar el piso, soñé con mi marido, y en ese sueño me dijo, que lo pusiera a ese precio, que así llegaría la persona adecuada. Y ahora creo que tenía toda la razón. Pero no me hagas caso, son cosas de una vieja solitaria.
-Lo cierto es que no me parece nada raro, es más, estoy convencida de que fue así. Quizás es porque yo también estoy un poco loca.
Las dos nos reímos y nos besamos al despedirnos. Cuando cerré la puerta corrí a la cocina, todavía tenían que estar los dos vasos y el plato de la merienda en el escurridor, ya que yo no los había guardado, pero mi sorpresa fue que en el escurridor sólo había un vaso.
Me senté en la mecedora y no sé cuánto tiempo permanecí con la mirada perdida.
Restauré la mecedora, y durante todo el tiempo en que Marta y yo vivimos allí mantuvimos una entrañable relación con nuestra casera, a la que llegamos a querer como si fuera nuestra verdadera abuela.
Al ancianito no lo volví a ver, y esta historia, jamás me atreví a contársela a nadie.
sábado, 22 de noviembre de 2008
Todavía hoy

Al cruzar la puerta, fui recibida por un joven trajeado que me acompañó a un salón en el que varias personas dialogaban de forma distendida. Caras conocidas de personas ya ajenas a mi vida, me miraban sonrientes. Besos, saludos, abrazos, gestos de sorpresa, alegría, roces ya olvidados, y un toque inconfundible de añoranza a los tiempos pasados.
Hablaba con uno, con otra, pasaba de grupo en grupo, preguntando, explicando, compartiendo, intentando enterarme de la vida de todos, y de pronto, tú. No había podido evitar preguntar por ti, pero nadie sabía nada, nadie sabía si ibas a aparecer, parecía que te hubieras esfumado de todo sitio, pero de pronto apareciste, con esa seguridad que siempre te ha caracterizado, con esa sonrisa sincera, y esos ojos chispeantes.
Te vi recorrer el salón con la mirada mientras hablabas con un pequeño grupo, estaba claro que buscabas a alguien, se te veía inquieto. No quise ir a tu encuentro, preferí observarte desde la sombra hasta que alguien me señaló y te giraste hacia donde yo estaba. Nuestras miradas se encontraron, tu rostro se iluminó, y tus labios dibujaron una impresionante sonrisa.
Yo también sonreía mientras observaba como venias a mi encuentro. Tus manos cogieron mi cintura al mismo tiempo que tus ojos me recorrían de arriba abajo. -Estás tan impresionante como siempre- me dijiste al oído, después de besar mis mejillas. –Tú tampoco estás mal- te dije abrazándome a tu cuerpo.
Las amistades sinceras nunca se terminan, cambian, evolucionan, se esperan en el tiempo, pero nunca se terminan, y en un solo segundo, se encienden como antorchas olímpicas.
Ahí permanecíamos, cogidos de las manos, el resto ya no existía, teníamos tantas cosas que contarnos. Hablábamos y hablábamos, y en tus ojos volví a ver aquello que quise ignorar siempre, y que tú tantas veces me dijiste. Sólo que ahora, sin saber porqué, algo se removía en mí, mi corazón se sentía alterado ante ti.
Mis oídos te escuchaban atentos, mientras mi mente imaginaba mi cuerpo entre tus manos. Tus carnosos labios se abrían y cerraban contándome mil cosas, mientras mi piel se estremecía deseando sentirlos sobre ella.
Nos fuimos a una terraza desde la que contemplamos la ciudad, una ciudad iluminada en la noche de luna llena, una ciudad que conocía bien nuestra amistad, una luna que esa noche iluminó mis sentimientos, y me dejó ver aquello que siempre quise negar.
La brisa me hizo temblar, y tus brazos rodearon mis hombros, te tuve tan cerca que no lo pude evitar, allí, al alcance de tantos ojos, ojos de personas que siempre nos relacionaron, que ya años atrás inventaban nuestra historia, allí, sin importarme, sin interesarme, besé tus labios, y tú sin sorprenderte, como si ya lo supieras, como si lo esperaras, te fundiste en un beso profundo, tierno, apasionado, un beso largo, un beso de los que te atraviesan, de esos que te llegan al alma. Y entonces lo supe, supe que eras tú a quien andaba buscando, supe que eras el destino de mi camino, y al mirarme en tus ojos vi el infinito, las estrellas, el universo, el rumbo de mi amor, de mi vida, vi el mundo, el mundo en nuestras manos.
Y aquel momento, trascendental en nuestras vidas, no lo quisimos compartir, fuimos egoístas, y nos lo quisimos guardar, para ti y para mí, para los dos, y nadie más. Así que nos marchamos, cogidos de la mano, nos despedimos de todos, riendo, haciendo bromas, y en algunos ojos vimos el brillo de la envidia, y en otros la alegría, la alegría de vernos juntos al fin, juntos, como siempre habías deseado.
Recorrimos la ciudad en tu pequeño coche azul, nos besábamos en los semáforos, éramos como dos adolescentes, la prisa invadía nuestros cuerpos. El tiempo corría rápido y nosotros queríamos aprovechar cada segundo, queríamos recuperar el tiempo perdido, saborear cada minuto como si fueran años.
Abrí la puerta de mi piso, y a oscuras, sin encender las luces, recorrimos el pasillo iluminado por la luz de la luna curiosa que se colaba por las ventanas. Sin decir palabra, cogidos de la mano, y sintiendo como el nerviosismo invadía nuestros cuerpos, llegamos a mi habitación.
Un ligero olor a jazmín lo invadía todo, nos miramos a los ojos y nos fundimos en un abrazo, mientras nuestros temblorosos labios se unían en un tierno beso. Tus manos iban librando a mi cuerpo de la ropa que lo cubría, y me quedé desnuda ante tus ojos que me recorrían lentamente. Sentí vergüenza, como si fuera la primera vez que me desnudaba ante un hombre, e intentando librarme de tu mirada, me apreté contra ti. Entonces fui yo la que te quitó la ropa, y tu masculino torso quedó al descubierto. Mis manos acariciaron el bello que cubre tu pecho. Y lentamente nos tumbamos en la cama, esa cama que tan fría y grande me parecía cada noche, ahora se mostraba cálida y acogedora.
Tu cuerpo sobre mi cuerpo, la calidez de tu piel en mi piel, tus labios recorriendo mi cuello, mis manos recorriendo tu ser. Tu boca besando mi boca, y mis ojos buscando los tuyos. Mi cuerpo estaba preparado para recibirte, latía en deseos de tenerte en él, de fundirse en ti, y así fue, el fuego nos abrazo con sus llamas de pasión y los dos fuimos uno.
Y la luna llena fue la suave colcha que cubrió nuestros cuerpos exhaustos, y una lagrima descendió por tus mejillas, una lagrima brillante, redonda, transparente, una lagrima que no pude dejar perder, y la absorbí con mis labios, una lagrima que sacio mi sed, y me impregno de tu amor, un amor, que caló mis huesos, un amor, que se coló en mis sesos, y ahora en mi madurez, en mi serenidad, ahora, después de muchos años de aquel amanecer que terminó con aquella noche, soy consciente de que necesito de ti para poder respirar, y que mi nombre es, si se escribe junto al tuyo, que tus noches son mis noches, que mis días son tus días, y que el destino sólo tiene un camino, que es el que dibujan nuestras huellas.
sábado, 15 de noviembre de 2008
Sueños

viernes, 31 de octubre de 2008
Una noche con el diablo

Aquel año el plan prometía, un morenazo que habíamos conocido el fin de semana anterior, nos había invitado a una fiesta de alto standing , así que como nuestros disfraces habituales tienen mucha creatividad pero muy poco “standing”, pues nos rascamos nuestro apretado bolsillo y alquilamos dos disfraces de esos que quitan el hipo.
Más que dos brujas parecíamos dos zorrones, claro que para esa época teníamos mucho de las dos cosas.
A las doce de la noche, lejos de salir volando con nuestras escobas, fuimos recogidas por una impresionante limusina, que trabajo tuvo para moverse por las estrechas calles de nuestro barrio.
No sabíamos a dónde íbamos, y hoy en día todavía no sé a dónde fuimos, pues los cristales oscuros no nos dejaban ver el camino. Tuvo que ser lejos, pues permanecimos largo rato en el vehículo en el que no faltaba absolutamente de nada, había comida y bebida para todo el fin de semana.
Cuando llegamos y el chofer nos abrió la puerta, ante nuestros ojos apareció un precioso castillo medieval.
A nuestros pies una alfombra roja nos marcaba el camino en el que nos recibieron dos mayordomos que parecían sacados del cuento de cenicienta.
Nos acompañaron a la entrada, y al abrir la enorme puerta de ébano labrada, apareció ante nuestros ojos un señorial vestíbulo vestido con impresionantes frescos.
Mis ojos querían abarcar cada rincón, cada detalle, había piezas valiosísimas dignas del mejor de los coleccionistas.
Marta que nunca ha sentido la llamada de las antigüedades y las obras de arte, me empujó para que siguiera andando. Los mayordomos nos abrieron una puerta de doble hoja tras la que un montón de gente disfrazada disfrutaba de la fiesta.
Así que allí nos plantamos con nuestros disfraces de descarados escotes y transparencias provocadoras.El morenazo vino a nuestro encuentro y empezó a presentarnos a un montón de personajes terroríficos que nos ofrecían sonrisas sangrientas.
La música sonaba sin parar, y el alcohol y las drogas corrían sin pudor de mano en mano. Extravagantes parejas se devoraban por los rincones, cada vez había más gente, y cada vez, la música sonaba más fuerte.
Según pasaban las horas el frenesí y el descontrol iba apoderándose de los presentes. Nunca me han gustado los ambientes viciados, así que como Marta hacía rato que se había perdido con el morenazo, decidí marcharme.
Empecé a caminar entre la gente que bailaba sin control, una extraña sensación me recorría, me sentía rara, incomoda, de pronto sin pensarlo, sin que mi cerebro le diera la orden a mi cuerpo, me giré. En ese momento creí que había sido una sensación mía, pero ahora sé que no, que fue real, todos los que allí estaban se quedaron como congelados en una imagen inmóvil, todo se paró, todo menos tú y yo.
Pronunciaste mi nombre, que me sonó extraño, desconocido, mi piel se erizó, y mis pezones abultaron la apretada camiseta que los cubría. En ese mismo instante tu erección se hizo evidente, y un calor intenso nació entre mis piernas.
No hubo preguntas, ni presentaciones, tu mano como una garra asió la mía, y prácticamente flotando atravesamos el salón. Tras de ti ascendiendo por la escalera tropecé, y al girarte vi tus ojos felinos de color ocre que me atravesaban. No fue miedo, pero sí un frio extraño lo que sentí.
Llegamos frente a una puerta que abriste con una extraña llave, al cerrarla tras nosotros se mimetizó con la pared de tal forma que se diría que nunca hubiera estado allí.
La estancia era espaciosa, impresionante, decorada con toda la tonalidad de rojos que puedan existir. En el centro una cama de grandes dimensiones dominaba la alcoba, sobre ella un espejo que animaba a dar rienda suelta a la imaginación.
Te abalanzaste sobre mi cual depredador sobre su presa, tus manos como zarpas desgarraron mi ropa, y sin apenas darme cuenta me quedé desnuda ante ti. Tu desnudez me pillo desprevenida, no recordaba haberte quitado la ropa, pero daba igual, tu piel tersa sobre tus músculos trabajados enajenaron mi mente.
Caí sobre la cama y tú sobre mí, el espejo me devolvía nuestra imagen, parecíamos dos fieras salvajes. Tus dientes desgarraban mi piel y tus uñas la surcaban dejando señales sangrientas allí por donde pasaban.
Sonreíste y dos incisivos afilados asomaron amenazantes. De pronto sin saber cómo, me encontré atada por las muñecas, me miraste a los ojos y te relamiste, supe que me ibas a devorar.
Buceaste entre mis piernas adentrando tu lengua por las cavernas de mi intimidad. Nunca había sentido tanto placer, mi cuerpo convulsionaba sin control. El fuego quemaba nuestros cuerpos, ardíamos entre las llamas de la pasión maligna que nos invadía.
Miré el espejo y entonces te vi sobre mí, tu cuerpo no era tu cuerpo, eras una fiera infernal que me poseía, y entonces noté como penetrabas en mi con tu sexo viril, tan grande, tan henchido que me desgarraba por dentro, el placer y el dolor se entre mezclaban, oí mi propia voz en un grito desgarrador que me estremeció el alma, era como vivirlo en primera y tercera persona a la vez.
Mi vista se nublaba, tenía miedo a perder el conocimiento, todo pasaba entre brumas. Conseguí soltar una de mis muñecas y metí mi mano en mi entrepierna para tocar el líquido caliente que corría por ella. Cuando la volví a mirar, estaba cubierta de sangre espesa y brillante de color rojo oscuro.
No sé si me desmallé, o me quedé dormida, pero cuando abrí los ojos las sabanas que me cubrían eran blancas, como las paredes de la habitación llena de luz en la que me encontraba. Todo permanecía en calma, y el orden dominaba la estancia, una suave brisa mecía unas campanitas que tintineaban alegremente. Todo era perfecto, pero tú… tú no estabas.
Pensé que había sido un sueño, que alguien me habría puesto algo en la bebida, y todo había sido fruto de mi mente alucinada, pero al levantarme, las sabanas dejaron mi cuerpo desnudo al descubierto, y lo vi reflejado en un espejo, marcado por tus garras.
Desde entonces, te busco por los infiernos.
jueves, 23 de octubre de 2008
Besos

Algunos suaves, otros profundos, serenos también los hubo, pero sobretodo los tuvimos locos, desenfrenados, apasionados. Se colaron por debajo de mi piel, se ocultaron entre las vertebras de mi espalda, acariciaron mi corazón, y me pellizcaron el alma.
Sabían a añoranza, a nostalgia. Algunos, venían directamente de mis sueños, y otros, simplemente los inventabas. Nacían y se evaporaban, los míos los quemaba tu piel, a los tuyos, les busqué un lugar donde guardarlos, para que no se desgastaran.
En ellos nos perdimos, dos almas desesperadas, sin espacio, sin tiempo, desafiando al vacio, que eterno nos separa.
Allí nos encontramos, y allí pude ver tu cara, reflejo de tus deseos, que lo impregnaban todo con su fragancia. En aquel lugar, donde el sexo no necesita cuerpos, donde no hay distancias, donde las sombras lo cubren todo, cuando despliegas tus alas, en aquel lugar nos encontramos, en aquel lugar, nos devoramos las almas.
jueves, 9 de octubre de 2008
Tu reflejo

La imagen de los músculos prietos y estáticos de tus glúteos, se enreda en mis pensamientos creando un nexo indisoluble, que ya, inevitablemente, permanecerá en mi recuerdo, hasta mi propio fin.
Como a traición, sigilosamente, así, como quien no quiere la cosa, me aprieto contra tu espalda que ahora más que nunca, se me antoja como un camino hacia ninguna parte.
Mis manos recorren tu pecho, fuerte, masculino, suave, y cálido, muy cálido. Apoyo mi cabeza en tu hombro, ese hombro sobre el que nunca he llorado, y el aroma de tu piel me envuelve empapando mis papilas, hasta anegarlas de ti.
Si sólo fueras un sueño del que poder despertar, pero no, estás aquí, real, humano como yo, mortal como el que más, y dañino, dañino para mi, para todo lo que soy, y lo que no puedo ser si tú no estás.
El frio templa mis ganas, y mi cuerpo tembloroso se aparta de ti. En esa pequeña distancia te observo, y en la gris penumbra percibo tu lento movimiento, lento y cauto, me giro, no quiero que te vean mis ojos.
Tu torso contra mi dorso, son ahora tus manos las que cubren mi pecho, en mi cuello siento tu cálido aliento, cálido, como brisa de desierto. Si te busco no te encuentro, y si no te busco, allí te tengo.
Quizás somos sólo un pensamiento, de alguien, que se remueve inquieto en sus adentros, una ilusión ilusionada, de quien enamorado, sueña despierto. Y si así es, y somos un amor ajeno, porque he de sufrir, pensando que quizás te pierdo.
Como leyendo en mi cerebro, me aprietas contra tu pecho, casi no `puedo respirar, y lo entiendo, somos reales, verdaderos, somos dos seres entrelazados que buscan un sólo centro, la unión de los elementos, fuego y aire, aire y fuego, tierra, agua, todo un universo, en el que fundirnos apasionados, y perdernos en nuestros besos.
Un relámpago irado ilumina nuestros cuerpos, que yacen en el suelo, enlazados, unidos, revueltos. Nos envuelve el silencio, el silencio apasionado de dos amantes en celo, me posees, te poseo, me muerdes, te muerdo, en tus ojos veo el deseo, y en los míos… sólo cabe tu reflejo.
domingo, 14 de septiembre de 2008
Eternamente

Un aire frio se levanta ondeando mi pelo suelto, que irremediablemente se enreda sobre mi espalda. Tu voz como un trueno grita mi nombre, y yo, abro mis brazos queriéndolo abarcar todo, todo tu mundo, todo lo que eres, todo lo que somos.
Tus manos poderosas alcanzan mi cintura y poco a poco me acercan a ti. Percibo el calor que desprende tu cuerpo, y las gotas que me cubren se evaporan desapareciendo, sin dejar rastro ni recuerdo.
Te tengo tan cerca que percibo el latir de tu corazón en tu cuello, es ese mi universo, mi centro, mi tierra… y mi cielo, simplemente… no puedo, ni puedo, ni quiero, no puedo sin ti, no puedo. Te abrazo, beso tu cuello, suspiras… y cruje el cielo, diluvia sobre nuestros cuerpos, acaricio tus alas, somos dos seres, dos seres eternos, eternos de tanto amar. De tanto amarnos… se estremece el firmamento.
miércoles, 3 de septiembre de 2008
Arcoíris en las esquinas

Aprieto mi cuerpo contra el tuyo, y tú me recibes cálido. En un intento desesperado, inspiro queriendo absorber ese calor, que es la energía de mi batería.
Mi mirada resbala por tu perfil griego en el que tantas veces han descansado mis sueños, y tú, sintiéndola, entreabres tus ojos verdes que iluminan nuestra habitación, agitando olas de ternura entre las sombras.
Un amor pasional es el nuestro, un amor loco, desmedido, cruel, un amor que nos hace subir a lo más alto, y bajar a lo más bajo, que nos une y nos separa, un amor que nos da la vida, y que de tanto amar, nos está matando.
Tus manos recorren mi cuerpo, manos masculinas, viriles, manos que antaño fueron el sueño de mis deseos prohibidos, esas tus manos, que siempre han sido certeras, suaves, y que han moldeado mi cuerpo convirtiéndolo en el centro de mis sentidos, en el centro de tu universo.
Da igual el día, la hora, el momento, sabes que siempre estoy dispuesta para ti, nunca me he podido negar a tu tentación, pierdo el oremus contra tu cuerpo. Tus labios besan mi cuello, y mi piel se eriza, se eriza tirando de aquí y de allá, arqueo mi espalda, necesito más, más de ti, de tu cuerpo, necesito más, y eres tú quien me lo puede dar.
Tu piel huele a tarde de tormenta, y en nuestra habitación vuelan bajo, pájaros imaginarios que nos envuelven con sus trinos. Llueve sobre nuestras sabanas, pequeñas gotas de plata que nos empapan haciendo brillar nuestros cuerpos. Eres todo luz, y mi piel reflectante, dibuja arcoíris en las esquinas, esquinas en las que hace ya años, grabé tu nombre y el mío.
Me observas en silencio, noto como consigues leer mi pensamiento, y entonces oigo tu voz, sin que se muevan tus labios, “te quiero”, y así lo siento, no lo dices, no lo digo, pero lo presientes, lo sé, igual que yo. No hace falta pronunciarlo, tú y yo no necesitamos palabras, pero aún así, necesito decirlo, quiero que lo oigas, quiero oírlo,” te quiero”, te digo, y tú repites, “te quiero”.
La brisa marina mece los cascabeles que cuelgan en el ventanal. Suave sintonía que recorre las estancias en las que descansan nuestras vidas, nuestros hijos, nuestro amor. Rayos de sol se cuelan por las persianas, y nuestro hogar luce dorado, cálido, acogedor. En cada mueble, cada detalle, está impresa nuestra felicidad, nuestros sueños, nuestra pasión. Sus paredes desprenden un ligero olor a incienso que junto a la luz anaranjada de las lámparas de sal, le dan ese aire equilibrado, sereno, le dan esa paz, que sólo en él logramos encontrar.
Somos como el yin y el yang, como el frio y el calor, como la tormenta y la calma, como la muerte y la vida, como la mente y el cuerpo, como el sí y el no. Sin el uno no hay el otro, sin ti no hay yo. Soy el complemento del que depende tu existencia, y yo, sólo existo dentro de ti.
Me acurruco a tu lado, escuchando tu corazón, Pum pum, Pum pum, acompasado al mío, Pum pum, Pum pum, dos cuerpos, dos corazones, y un único latido. Te adormeces, me adormezco, y una voz suave, se escucha como un suspiro,”dame una ilusión, y yo ,te regalaré mis sueños”.
lunes, 18 de agosto de 2008
Mi niño de los ojos de mar
jueves, 24 de julio de 2008
martes, 22 de julio de 2008
El día que lo conocí

Marta es esa amiga macizorra que todas tenemos. No importa que te gastes un pastón en el modelito a llevar, ni que te pases toda la mañana en manos del mismísimo Llongueras, o te hayas puesto cuatro ampollitas de esas efecto lifting y lleves seis capas de maquillaje super mega hiper reparador, porque llega ella con la cara lavada y recién peina, con los tejanos del Carrefour y la camiseta de mercadillo, y está divina de la muerte, mientras tú eres el vivo ejemplo de ese refrán tan gracioso que dice eso de: “aunque la mona se vista de seda…”.
Allí estaba yo, como siempre, esperando a Marta. Es tan mona como impuntual, así que decidí entrar y pedirme una copita de cava mientras esperaba, que eso siempre queda muy “chic”.
El restaurante era pequeñito, acogedor, cada mesa era distinta, el mobiliario de adquisiciones en rastrillos.Velas, flores secas, espejos, y fotos antiguas decoraban los rincones.
Un impresionante madurito de ojos plateados como su pelo, salió a recibirme, yo, como no, tropecé y un poco más y me incrusto directamente en el madurito en cuestión, a mi no me hubiera importado, pero allí en medio como que no quedaba muy bien.
Por fortuna pude cogerme al fornido brazo que me tendió, y lo que podría haber sido un ostión en toda regla, quedó en un simple tropezón.
Así que allí estábamos los dos, él elegante, majestuoso, impresionante, yo roja, acalorada, y con una estúpida risita que no podía quitarme de encima.
- ¿Se ha hecho daño?
- ¡Oh! No, gracias, pero no me llames de usted, no soy tan mayor (menuda memez acababa de soltar, así, sin respirar casi, pero bueno ya estaba dicho)
- ¿mayor? Claro que no, si es usted una chiquilla, perdón tú
Pues anda que él, también se había quedado a gusto, aunque ver que los dos estábamos en el mismo nivel de estupidez me tranquilizó.
- ¿Mesa para uno?
- ¡Sí! (contesté, como si fuera una verdad inamovible)
- Sígueme por favor
Hasta el fin del mundo si hace falta, pensé, y le seguí. Me llevó a una mesa en un rinconcito encantador desde donde sólo llegaba a ver una pequeña parte del resto de las mesas. Encendió una vela que se erguía coqueta en un precioso candelabro de alpaca, me tendió la carta, y guiñándome un ojo se marchó.
Rápidamente saqué el móvil y marqué el número de Marta, estaba claro que no podía venir, primero porque en cuanto ella hiciera su aparición estelar yo pasaría a ser transparente, y el bomboncito ya no me haría ni caso, y segundo porque yo ya había dicho que comía sola.
- Hola preciosa, no te preocupes ya estoy llegando, en cinco minutos estoy ahí.
- Ja ja ja, eso no te lo crees ni tú, seguro que todavía estás en tu baño rizándote las pestañas.
- Hija de verdad, da un poco de asquito tantos años de amistad, no puedo engañarte ni un poquito sólo.
- Bueno mira, da igual, el caso es que no voy a poder ir, me ha salido un imprevisto y mejor lo dejamos para otro día.
- ¡Ya! ¿has ligado verdad? Eres una guarra, me dejas colgada por el primer pendón desorejado que se cruza en tu camino.
- ¡No! Por el primero no, por el único en mucho tiempo, así que sí, te dejo colgada, y ni se te ocurra aparecer con tu apretado culito por aquí, ya te contaré.
- Ya ves, yo también te conozco como si te hubiera parido, además quien me recomendó el restaurante ya me habló del madurito de pelo cano, y no te preocupes que por supuesto que no voy a aparecer, espero que te aproveche el rabo de toro.
- ¡Qué ordinariez!, pero bueno no te lo tendré en cuenta, ya te contaré ¡ciao!
Mi querido camarero se acerco a la mesa con una sonrisa, muy, muy sexy. Una fragancia masculina y fresca impregno el ambiente, y reparé en el detalle de que no la había olido antes, así que llegue a la interesante conclusión de que se había perfumado para mí, y eso me conmovió.
- ¿Ya sabes lo que quieres, o prefieres que te sorprenda?
Su voz era tierna, profunda, masculina, yo tenía claro lo que quería, y de buena gana se lo hubiera explicado muy, muy gráficamente. Suspire mientras me perdía en sus ojos plateado intenso. Mi cuerpo latía sensual, y yo bajo su mirada me sentía más femenina que nunca. Él percibió la fiebre en mis ojos, y noté su excitación retenida.
Era hora de dar el paso, ahora o nunca, pasado ese momento todo se enfriaría irremediablemente.
- Se lo que quiero (le dije aguantando la mirada), pero no he visto que tu cuerpo esté en la carta.
Él sin retirar sus ojos de los míos, posó la yema de su dedo índice en mi cuello, fue bajando lentamente por mi escote hasta llegar al sujetador, pasó el dedo por debajo y estirando suavemente me atrajo hacia sí. Yo me levanté sin oponer resistencia, y cuando me tuvo cerca me besó en el cuello.
Caí rendida en sus brazos, el olor de su perfume me embriagó, y sus labios sobre los míos hicieron que casi me desvaneciera.
- Nos van a ver (le susurre al oído)
Él puso un dedo sobre mis labios, me cogió de la mano, y abriendo una puerta que estaba junto a mi mesa, y en la que no había reparado hasta ese momento, me llevó a una pequeña estancia que hacía las veces de despacho.
Una hermosa ventana llena de geranios floridos dejaba entrar el sol a través de unos visillos de algodón natural. Bajo ella un sofá blanco que iba a ser el lugar elegido para dar rienda suelta a nuestra pasión.
Introduje mis manos por debajo de su camiseta y acaricie su piel, un cosquilleo intenso recorrió mi cuerpo, se la quité, y su torso desnudo avivó mi deseo. Él puso sus manos sobre mis nalgas y me atrajo hacia sí, yo me quité el corpiño mientras el desabrochó mi falda. En un momento estuve en ropa interior, por suerte llevaba el conjunto morado que me había comprado la semana anterior y estaba recién depilada, así que mi aspecto era realmente sexi.
Mientras se desabrochaba el pantalón observaba detenidamente mi cuerpo, y sus ojos plateados dejaban entrever el fuego que le ardía dentro.
El destino tiene esas cosas y cuando se bajo los tejanos quedaron al descubierto sus slips morados, nos miramos y nos reímos.
- Está claro que somos el uno para el otro (me dijo con una voz tan tierna que las lagrimas acudieron a mis ojos)
Nos abrazamos y nos tendimos en el sofá, su ropa interior y la mía acabó mezclada en un montoncito revuelto en el suelo, y desde entonces sigue mezclada, ahora bien doblada y ordenada en un cajón de nuestra cómoda.
miércoles, 9 de julio de 2008
Allí donde quiero estar

Allí donde quiero estar, junto a tu pensamiento, junto a cada uno de tus latidos, allí donde tus sueños se pueden tocar, donde las amapolas, se mecen con tus suspiros.
Quiero estar allí, donde tus manos manejan el tiempo, donde hay un solo camino, donde tu voz es la dueña del eco, donde tu corazón, palpita junto al mío.
Allí donde quiero estar, junto al aroma de tu cabello oscuro, donde tus movimientos olean el mar, donde tu caminar, dibuja un sendero infinito.
Quiero estar allí, donde el día amanece en tu ombligo, donde la nieve dibuja tu espalda, donde todo empieza y acaba, cuando tus labios besan los míos.
Y justo allí estaré, observando tu cuerpo tendido, observando tu verde mirar, que ilumina todos mis vacios.
sábado, 28 de junio de 2008
Aprovechando oportunidades

Mientras descargábamos los muebles de su furgoneta, yo no podía dejar de mirar su camiseta, que sudada se le pegaba al cuerpo dejando entrever unos perfectos abdominales bien marcados.
Él no me quitaba los ojos de encima, y una sonrisa picara dejaba claras sus intenciones. Yo estaba un poco confusa, no acababa de entender que un chico tan joven se sintiera atraído por mí, vestida con mi mono de trabajo y sin pintar, que era como siempre me veía él. Hacía tiempo que lo intuía, pero hoy me lo estaba dejando bien claro, y yo no pensaba ponerle inconvenientes. Ya no se me iban a presentar muchas oportunidades así, y no estaba yo para desperdiciar nada.
Cuando acabamos de descargar los muebles, cerró la puerta del taller a su espalda, y sin mediar palabra vino directo hacia mí, yo sólo pude sonreír como una idiota.
Sin saber cómo, su boca estaba sobre la mía, y sus manos habían librado toda barrera para acariciar mi pecho, quemando mi piel con su febril pasión.
Tiré al suelo unas sillas isabelinas que tenía sobre una mesa de caoba, y allí nos tumbamos, yo debajo, el encima, se peleó con mis botas de puntera metálica de seguridad para poder quitarme el mono, al final lo ayudé, no podíamos perder el tiempo. Tiré una de las botas hacia atrás, y al oír el sonido de cristales rotos me di cuenta que le había dado de lleno al espejo de la Sra. Gutiérrez, ¡madre mía siete años de mala suerte! Pensé.
Pero el espejo de la Sra. Gutiérrez quedó en un segundo plano al notar su cabeza entre mis piernas, ¡Oh! ¡oh! ¡oh!, era joven pero no inexperto. El orgasmo llegó demasiado rápido, ¡que rabia! Pero el muchacho estaba aplicado y enseguida lo tuve encima, desnudito, así con sus abdominales, con un culito prieto de esos que te hacen perder el sentido, y un miembro… ¡que miembro! Grande, erecto, bello, muy bello, lo acaricie, parecía de terciopelo, por su suavidad y siendo fiel a mi manía de ponerle nombre a los genitales masculinos, lo bauticé Platero, y ahí estábamos “Platero y yo”, claro que eso de que es pequeño (no diría yo), peludo (por suerte no, si no hubiera parecido un Gremlin), pero suave sí, eso sí. Y en ese momento me vino a la cabeza un párrafo de esa fantástica novela, “Lo dejo suelto y se va al prado, y acaricia tibiamente con su hocico, rozándolas apenas, las florecillas rosas, celestes y gualdas... Lo llamo dulcemente: "¿Platero?", y viene a mí con un trotecillo alegre que parece que se ríe, en no sé qué cascabeleo ideal...”
Sin poderlo evitar me entró la risa estúpida que siempre me da en los momentos más inoportunos, el muchacho se quedó sorprendido, cortado, creyendo que me reía de él.
Por un momento vi tambalear la situación, y ante la posible catástrofe de que se sintiera humillado y saliera huyendo, la risa se me cortó de golpe.
Lo besé apasionadamente y apreté mi cuerpo contra el suyo mientras con mi mano derecha acariciaba sus duros y apretados testículos.
A él se le olvido mi risa, o simplemente le dio igual, y volvió a ponerse en situación. Se lanzó a mi cuello para morderlo y succionarlo, ¡que ilusión! Tendré que volver a taparme el cuello con un pañuelo como cuando tenía quince años, ¡ya no creí que volviera a pasarme eso!, (pensaba yo emocionada).
Intentó penetrarme, pero como pasa siempre, no atinaba, no sé si es una cosa generalizada o es que yo doy con todos los patosos de este planeta, pero el caso es que tuve que ayudarle a encontrar el camino.
Al notar como entraba lentamente y se iba abriendo camino, perdí la compostura y me dejé llevar, la imagen de sus musculosos brazos, sus marcadas abdominales, y sus ojos color canela que se clavaban en los míos me llevaban de camino al paraíso. Entonces empezó su movimiento y con él un sonido, clon, clon, clon, mire hacia arriba y vi como se movía el armario de estilo mandarín por los golpes que le asestaba la mesa con el bamboleo de nuestro vaivén. En ese momento y como en cámara lenta vi caer algo que en un principio no atiné a identificar, y mientras lo veía dar una voltereta en el aire supe que era el bote de tinte de madera que un rato antes había dejado sobre el armario, y el líquido oscuro que salía en un chorro descontrolado era el tinte color roble oscuro con el que había estado trabajando esa mañana. El bote fue cayendo lentamente dejando tras de sí una lluvia oscura que nos dejó cual dos dálmatas en celo, y aterrizó directamente en la cabeza del joven, cayendo después al suelo con su correspondiente escándalo sonoro. Pero lo más sorprendente de la situación fue que el muchacho no se había dado cuenta de nada, el seguía a lo suyo sin parecer haber notado el zurriagazo del bote, y sin preguntarse que eran esas extrañas manchas que nos habían salido de pronto.
Él llegaba al éxtasis mientras yo alucinaba en colores. Por una vez que me ligaba a un macizorro un bote de tinte me cortaba el royo. Pero eso no lo iba a consentir, así que lo deje descansar y cuando se repuso y vio como estábamos, que parecía que teníamos un extraño tipo de sarampión salvaje, me lo lleve a la ducha.
El cuarto de baño del taller es muy pequeño y tiene un estrecho plato de ducha en el que meter dos cuerpos es arto difícil, pero yo que cuando quiero soy muy mañosa, me las apañé perfectamente, y allí estábamos los dos, apretaditos como las anchoas en esos potecitos de cristal.
Me recree en enjabonar cada centímetro de su cuerpo de Adonis mientras él enjabonaba el mío (mejor no comento de qué). Debido a las estrecheces, no había opciones de muchas posturitas, por lo que el yo delante, y él detrás, fue la única forma posible que encontramos para acoplarnos.
El agua caliente recorría nuestros cuerpos, él cogido a mis caderas, yo apoyada en los grifos, y con la pasión el descontrol, no sé como lo hice, pero abrí más de la cuenta el grifo de agua caliente y nos calló un chorro que nos escaldo como a dos poyos. Supongo que fue un acto reflejo, el caso es que al apartarnos bruscamente resbalamos hacia atrás, caímos juntos y enganchados, yo caí en blandito, pero él, él cayó en el duro suelo, esperé unos segundo escuchando en el silencio que precedió al golpe, deseando oír su respiración, y con el pánico en el cuerpo pensé “me lo he cargao” al final “me lo he cargao”. Como pude y poco a poco me giré, sus ojos color canela me miraban divertidos, y tras una sonora carcajada continuamos en el suelo con lo que estábamos haciendo, y esta vez sí, esta vez siiiiiiii, toqué la luna con mis dedos.
martes, 17 de junio de 2008
Con el alma

jueves, 12 de junio de 2008
viernes, 6 de junio de 2008
Tu recuerdo

Te he buscado en mis sueños, te he buscado en mi playa, pero tú te has marchado, allí, donde no llegan mis palabras.
Sólo me queda tu silencio, silencio que quema y mata, silencio por el que navego, en un barco de añoranza.
Ni el tiempo ni la distancia, apagaran tu recuerdo, que despacito y sin yo saberlo, se me metió muy, muy dentro.
Sólo espero que algún día, al recordar mi recuerdo, una brizna de alegría, salpique el brillo, de esos tus ojos negros.
jueves, 5 de junio de 2008
Mi ilusión

Quiero mirarme en tus ojos, espejos de mi pasión, y que pronuncies mi nombre, que sólo escucho en tu voz.
En tu cuerpo mi cuerpo desnudo, creando una perfecta unión, unión que en el infinito, forme una constelación.
Quiero que te pierdas conmigo, por esos mundos de amor, quiero morir a tu lado, diciéndole a la vida adiós.
A tu corazón rebelde, ataré toda mi vida, pero has de prometerme, que me amaras, de una forma desmedida.
Así eternos y unidos, juntitos, muy juntitos los dos, amándonos en el espacio, espacio que formamos tú y yo.