Te busqué entre las sabanas y mi pensamiento, para no hallarte y encontrarme sola en mi soledad, desnuda, deseando tu cuerpo, que entre mis dedos, había dejado tantos huecos.
Entonces, cuando ya no te esperaba, entraste en la habitación, con la luz en tu espalda. Tu silueta, recortada por las sombras, se dibujaba firme, como un espartano, en la batalla de las Termópilas.
Y yo, al verte poseído por el ansia del guerrero, me preparé, me preparé para luchar. Con mi lambda tatuada en el pecho, en honor a tu memoria, memoria de mi cuerpo, moldeado por tus manos, en todos aquellos momentos, en los que en la cruzada, combatimos cuerpo a cuerpo, sin temor y sin piedad.
Y en esa lucha que fui tuya, diluyéndome en tu cuerpo, bebiendo de tu aliento, teniéndote tan dentro, comprendí, que no hay guerras ni batallas, no hay luchas ni encrucijadas, que no abandere gustosa, por poder fundirme en ti.