AQUELLOS SILENCIOS QUE MI ALMA HA GUARDADO DURANTE TANTOS AÑOS,AHORA HABLAN EN ESTE RINCÓN PERDIDO, EN EL QUE SE ENTREMEZCLAN LOS ECOS DE LO REAL Y LO IMAGINARIO, QUE LLEGAN, DESDE LO MÁS PROFUNDO DE MIS ADENTROS.

Tú acomódate, desnuda tu cuerpo y tu alma, embriágate del aroma a sándalo… y sueña.

sábado, 22 de noviembre de 2008

Todavía hoy


Paré unos segundos frente a la entrada del restaurante para coger aliento. Hasta el último momento había estado dudando, no sabía qué hacer si acudir a la cena o no, por una parte me apetecía ver a mis ex compañeros de trabajo, pero por otro lado no sabía si después de tantos años tendría algo en común con ellos.

Al cruzar la puerta, fui recibida por un joven trajeado que me acompañó a un salón en el que varias personas dialogaban de forma distendida. Caras conocidas de personas ya ajenas a mi vida, me miraban sonrientes. Besos, saludos, abrazos, gestos de sorpresa, alegría, roces ya olvidados, y un toque inconfundible de añoranza a los tiempos pasados.

Hablaba con uno, con otra, pasaba de grupo en grupo, preguntando, explicando, compartiendo, intentando enterarme de la vida de todos, y de pronto, tú. No había podido evitar preguntar por ti, pero nadie sabía nada, nadie sabía si ibas a aparecer, parecía que te hubieras esfumado de todo sitio, pero de pronto apareciste, con esa seguridad que siempre te ha caracterizado, con esa sonrisa sincera, y esos ojos chispeantes.

Te vi recorrer el salón con la mirada mientras hablabas con un pequeño grupo, estaba claro que buscabas a alguien, se te veía inquieto. No quise ir a tu encuentro, preferí observarte desde la sombra hasta que alguien me señaló y te giraste hacia donde yo estaba. Nuestras miradas se encontraron, tu rostro se iluminó, y tus labios dibujaron una impresionante sonrisa.

Yo también sonreía mientras observaba como venias a mi encuentro. Tus manos cogieron mi cintura al mismo tiempo que tus ojos me recorrían de arriba abajo. -Estás tan impresionante como siempre- me dijiste al oído, después de besar mis mejillas. –Tú tampoco estás mal- te dije abrazándome a tu cuerpo.

Las amistades sinceras nunca se terminan, cambian, evolucionan, se esperan en el tiempo, pero nunca se terminan, y en un solo segundo, se encienden como antorchas olímpicas.

Ahí permanecíamos, cogidos de las manos, el resto ya no existía, teníamos tantas cosas que contarnos. Hablábamos y hablábamos, y en tus ojos volví a ver aquello que quise ignorar siempre, y que tú tantas veces me dijiste. Sólo que ahora, sin saber porqué, algo se removía en mí, mi corazón se sentía alterado ante ti.

Mis oídos te escuchaban atentos, mientras mi mente imaginaba mi cuerpo entre tus manos. Tus carnosos labios se abrían y cerraban contándome mil cosas, mientras mi piel se estremecía deseando sentirlos sobre ella.

Nos fuimos a una terraza desde la que contemplamos la ciudad, una ciudad iluminada en la noche de luna llena, una ciudad que conocía bien nuestra amistad, una luna que esa noche iluminó mis sentimientos, y me dejó ver aquello que siempre quise negar.

La brisa me hizo temblar, y tus brazos rodearon mis hombros, te tuve tan cerca que no lo pude evitar, allí, al alcance de tantos ojos, ojos de personas que siempre nos relacionaron, que ya años atrás inventaban nuestra historia, allí, sin importarme, sin interesarme, besé tus labios, y tú sin sorprenderte, como si ya lo supieras, como si lo esperaras, te fundiste en un beso profundo, tierno, apasionado, un beso largo, un beso de los que te atraviesan, de esos que te llegan al alma. Y entonces lo supe, supe que eras tú a quien andaba buscando, supe que eras el destino de mi camino, y al mirarme en tus ojos vi el infinito, las estrellas, el universo, el rumbo de mi amor, de mi vida, vi el mundo, el mundo en nuestras manos.

Y aquel momento, trascendental en nuestras vidas, no lo quisimos compartir, fuimos egoístas, y nos lo quisimos guardar, para ti y para mí, para los dos, y nadie más. Así que nos marchamos, cogidos de la mano, nos despedimos de todos, riendo, haciendo bromas, y en algunos ojos vimos el brillo de la envidia, y en otros la alegría, la alegría de vernos juntos al fin, juntos, como siempre habías deseado.

Recorrimos la ciudad en tu pequeño coche azul, nos besábamos en los semáforos, éramos como dos adolescentes, la prisa invadía nuestros cuerpos. El tiempo corría rápido y nosotros queríamos aprovechar cada segundo, queríamos recuperar el tiempo perdido, saborear cada minuto como si fueran años.

Abrí la puerta de mi piso, y a oscuras, sin encender las luces, recorrimos el pasillo iluminado por la luz de la luna curiosa que se colaba por las ventanas. Sin decir palabra, cogidos de la mano, y sintiendo como el nerviosismo invadía nuestros cuerpos, llegamos a mi habitación.

Un ligero olor a jazmín lo invadía todo, nos miramos a los ojos y nos fundimos en un abrazo, mientras nuestros temblorosos labios se unían en un tierno beso. Tus manos iban librando a mi cuerpo de la ropa que lo cubría, y me quedé desnuda ante tus ojos que me recorrían lentamente. Sentí vergüenza, como si fuera la primera vez que me desnudaba ante un hombre, e intentando librarme de tu mirada, me apreté contra ti. Entonces fui yo la que te quitó la ropa, y tu masculino torso quedó al descubierto. Mis manos acariciaron el bello que cubre tu pecho. Y lentamente nos tumbamos en la cama, esa cama que tan fría y grande me parecía cada noche, ahora se mostraba cálida y acogedora.

Tu cuerpo sobre mi cuerpo, la calidez de tu piel en mi piel, tus labios recorriendo mi cuello, mis manos recorriendo tu ser. Tu boca besando mi boca, y mis ojos buscando los tuyos. Mi cuerpo estaba preparado para recibirte, latía en deseos de tenerte en él, de fundirse en ti, y así fue, el fuego nos abrazo con sus llamas de pasión y los dos fuimos uno.

Y la luna llena fue la suave colcha que cubrió nuestros cuerpos exhaustos, y una lagrima descendió por tus mejillas, una lagrima brillante, redonda, transparente, una lagrima que no pude dejar perder, y la absorbí con mis labios, una lagrima que sacio mi sed, y me impregno de tu amor, un amor, que caló mis huesos, un amor, que se coló en mis sesos, y ahora en mi madurez, en mi serenidad, ahora, después de muchos años de aquel amanecer que terminó con aquella noche, soy consciente de que necesito de ti para poder respirar, y que mi nombre es, si se escribe junto al tuyo, que tus noches son mis noches, que mis días son tus días, y que el destino sólo tiene un camino, que es el que dibujan nuestras huellas.
Y todavía hoy, nuestra habitación huele a jazmín, y la luna llena cubre nuestros cuerpos desnudos, abrazados, exhaustos de tanto amar, de tanto soñar, de tanto luchar en la batalla. Y todavía hoy, me quedo hipnotizada mirándome en tus ojos, y mi piel se eriza con tu contacto, todavía eres el príncipe de mis sueños, y todavía, cuando la emoción te embriaga, absorbo cada una de tus lágrimas.

sábado, 15 de noviembre de 2008

Sueños


Cuando me dormí, al separar mi mente de mi cuerpo, queriendo, tomé rumbo a tu encuentro. Me acogiste templado, sereno. No pude ver tu rostro, pero si tus esponjosos labios, que besaron mi pecho. Mis manos te recorrían, queriendo abarcarte, y crearte eterno. La luna, se reflejaba en tu pómulo izquierdo, que brillaba del sudor, que te produjo el deseo. Y en esa pasión, en ese encuentro, en esos… mis sueños, te quito la ropa interior, me aprieto contra tu cuerpo, pongo mis labios sobre tus labios, abro los ojos, y entonces… te pierdo. Escapas entre mis dedos, se secan mis besos, me invade un vacio, ya no te tengo, ¿te tuve alguna vez? Quise creerlo. En mi propia quimera, instalé tu recuerdo, y cada noche, cuando me duermo, a solas y en silencio, voy a tu encuentro, y en las ondas de tu pelo oscuro, me pierdo, ese cabello que huele a pasión, pasión por la que arde mi piel, y en la que cada noche…deseándote muero.