No hubo viento aquella tarde de invierno, no hubo viento,
sólo sueños, aquellos que nos llovieron y empaparon calándonos hasta los
huesos. Fue tu mirada de destellos marinos la que me hizo naufragar dejándome a
la deriva. No hay horizontes inalcanzables en nuestra vida, ni locura que
juntos no podamos crear, son tus manos el vértice de mi cordura y tu voz, el
temple que me da la paz. Eres el acento de mis días y yo el rocío de la mañana
que humedece tu piel. Soy tu equilibro y tu desequilibrio, tu llanto y tu risa,
soy quien te roba los amaneceres y tú, tú eres quien me devolvió la fe. No hubo
viento aquella tarde de invierno, pero esta noche el aire sopla y tendida en
nuestra cama junto a ti, escucho el mar que entre susurros me cuenta una
historia, de esas de amor, de las de
verdad, una historia con nuestros nombres, una historia en la que poder bordar
nuestros sueños, con finos hilos de
nuestro pensar.
No hubo viento aquella tarde de invierno, no hubo viento,
sólo tú, yo y aquel momento.