La sombra caía sobre mis hombros, pesada, plomiza, dejando surcos profundos y húmedos, en los que mis sentimientos íntimos resbalaban lentamente como un débil riachuelo de espeso flujo.
La sangre derramada entre mis piernas dejó un aroma metálico que ya nunca podría olvidar, y un recuerdo agrio se hizo hueco en mi mente, Pero la realidad vestía tu ausencia, y en mis oídos resonaban los llantos de las rocas bañadas por las olas del mar de mi desesperación. Me dolía la garganta de gritar tu nombre que se ahogaba en el silencio, me dolía la mente de pensarte una y otra vez, me dolía el estomago por el hueco producido por tu recuerdo, y no me cansé de buscarte en las calles de mi soledad. Deseé verte aunque sólo fuera un instante, rozar tus labios con los míos, aunque me provocara llagas que nunca conseguiría sanar. Deseé recorrer tu piel con la yema de mis dedos, aunque me quemara con el calor letal de tu cuerpo.
Y en mi debilidad, en el agotamiento que me aplastaba implacable, te vi junto a mí, desnudo sobre mi cama, y tus manos abrasaron mi cuerpo que se estremeció bajo tus caricias, que eran el único hilo que me sostenía con vida. Y en ese espacio sin tiempo, en el que mis pulmones dejaron de respirar, mientras mi mente te creaba junto a mi dándote un cuerpo que ya no me pertenecía, imaginé lo que sería poder dibujar tu perfil, sin morir de melancolía.