AQUELLOS SILENCIOS QUE MI ALMA HA GUARDADO DURANTE TANTOS AÑOS,AHORA HABLAN EN ESTE RINCÓN PERDIDO, EN EL QUE SE ENTREMEZCLAN LOS ECOS DE LO REAL Y LO IMAGINARIO, QUE LLEGAN, DESDE LO MÁS PROFUNDO DE MIS ADENTROS.

Tú acomódate, desnuda tu cuerpo y tu alma, embriágate del aroma a sándalo… y sueña.

domingo, 20 de diciembre de 2009

Feliz Navidad




Una vez más llegamos a estas fiestas de paz y amor, hipocresía y falsedad, entrega y solidaridad, egoísmo y derroche.



Os quiero desear felices fiestas, que las paséis con quien realmente las queráis pasar. Que las disfrutéis y las viváis con alegría, con amor, que os atreváis a soñar, a pedir deseos, a hacer todo aquello que siempre habéis querido, y nunca os habéis atrevido.


Yo por mi parte, tengo un gran deseo que pedirle al nuevo año, le pediré que me lo conceda, comprometiéndome a luchar por ello.


Alcemos nuestras copas, y brindemos por conseguir nuestros sueños.

domingo, 13 de diciembre de 2009

Espurnas de mi oscuridad



Aquellas lágrimas no lloradas que sin quererlo cristalizaron al intentar olvidarlas, ahora pesan en ese lugar que no puedo controlar.



Me siento encharcada en mi soledad, esa soledad producida por esa compañía monótona y cansina, por ese no decir, por ese dejar pasar, por ese movimiento acompasado y rítmico en el que transcurre mi tiempo. Un tiempo que se acaba, que cada vez es más espeso, un tiempo que se oscurece en su opacidad.


Y esa cobardía disfrazada de responsabilidad, que me ha convertido en un ser mediocre, como hecho en serie, ese ser que sigue el cauce de la corriente sin revelarse, no por no querer, sino por simple conformidad.


Esa cobardía que me quema como hierro incandescente, que se adentra en mi ser chamuscando todo aquello que toca, cicatrizando las alas de mi libertad.


Y quizás, si consigo vencer el frio, el vértigo, si consigo desprenderme de tu mierda, quizás, al final, recupere la felicidad, que hace ya tiempo, dejé olvidada en un portal.

sábado, 28 de noviembre de 2009

Sin la esencia de tu aroma



Necesito que los trazos de tu movimiento levanten el aire que respiro, que el cálido vapor que emana tu piel, empañe el cristalino de mis ojos, y que mis oídos latan al compás del ritmo de tu voz.



Mis sueños rebelan líquidos deseos en mi imaginación, llenando mis momentos de ti, quemando mi piel con tu recuerdo, vistiendo mi alma de tus caricias cálidas como la arena de la playa.


Me ahoga la falta de aire sin tu presencia, me asfixia tu ausencia, sólo puedo respirar si tú estás cerca. Y ahora que comparto lecho con mi soledad, en estas noches eternas, pronuncio tu nombre que se evapora entre mis labios, creando finas volutas de suave luz que se dispersan entre las sombras de mi añoranza.

sábado, 21 de noviembre de 2009

Si te cuento



Si te cuento, que ya caí sin poder levantarme, que ya vendí mi alma, y lloré lagrimas de sangre.


Si te cuento, que ya pasee por el infierno, que atravesé la cuerda floja, y traspasé los límites del mal, incluso los del bien.

Si te cuento, que ya no vendré de vuelta, que escucharé las palabras que se llevó el viento, que moriré en el intento, y que habrá un camino en el que nos encontraremos, sin haber sido arrieros.

domingo, 25 de octubre de 2009

Siempre


En cada momento que te sueño, o te pienso, en cada momento te deseo.


A veces, me pierdo en ideas obscenas en las que invento tu cuerpo.


Tus aromas fluyen de mi, y mi excitación crece imaginándote provocador.


Me gustas transgresor, oliendo a impaciencia, incapaz de contenerte.


¿A caso cambiaré algún día?
No me canso ni me cansas, es un sentimiento constante en el que te esparces con todas tus plenitudes, yo simplemente te observo, y como siempre… te deseo

sábado, 24 de octubre de 2009

Esquizofrenia


La sangre sobre la nieve es más roja… repetía mi mente como un martilleo incansable, monótono, enloquecedor. No sé desde cuando me perseguía esa obsesión, pero en cuanto me crucé con ella, lo entendí todo.

Había ido a una convención en Suecia, y allí la encontré, paseando por Drottninggatan, la calle de mi hotel. Sus andares, su mirada, los conocía bien, de pronto mis sueños eran realidad, la voz sonaba más clara que nunca repitiendo una y otra vez… la sangre sobre la nieve es más roja. Y ahora, tendida sobre la nieve, pálida, casi transparente, con la sangre brotando de sus heridas, esparciéndose cálidamente, brillante, tan roja… todo cobraba sentido.


La felicidad me embargaba, y una carcajada brotó de mi garganta en el mismo instante, en que el policía apretó el gatillo de su “9 mm”, que fue exactamente, lo último que vi.

lunes, 19 de octubre de 2009

Te amo


Quiero sentirte en mi espalda, cerca, calentándome el alma.
Quiero perderme en tus ojos, profundos, horizontes de mi añoranza.
Quiero abrazarme a tu cintura, segura, que me da templanza.
Quiero amarte sin límite, por siempre, saborearte con calma.
Quiero que nos perdamos, olvidemos, y no nos preocupe nada.
Quiero que estemos juntos, eternos, unidos, quiero que seas, la luz de mi esperanza.

jueves, 24 de septiembre de 2009

Siluetas de mi silencio




Déjame flotar en el espacio de tu pensamiento, déjame que acunada por la brisa, te presienta como un último suspiro. No me quites la ilusión de dibujar tu silueta en la arena húmeda de la orilla de mi playa, ni de beber las gotas saladas de tu piel, que es la capa con la que cubro mis miedos, esos que guardo tan dentro.



Dame tu mirada, la que se pierde entre las llamas en las que se calienta mi esperanza, dame aquello que olvidamos en el camino, y que quedó prendido de las ramas en las que brotan nuestras ganas, ganas que callamos, y que de tantos silencios se desgastan. Dame la oscuridad de tu alma, y el pecado que te mata, dame tus ansias, tu deseo, tu pasión, dame tu rabia.

Y espérame entre las sombras, frías, heladas, entre las sombras de mis soledades, de mis silencios, entre las sombras que me abrazan cuando tú te marchas. Espérame, porque en la espera encontraras mis ansias, mi deseo incontenible, encontraras la pasión, que sin ti me mata.

domingo, 20 de septiembre de 2009

Un mes sin ti


Hoy hace un mes, y… aunque tu recuerdo ya me provoca alguna sonrisa, todavía son muchas más las lágrimas, sé que llegará el momento en el que sólo habrá sonrisas, pero para eso, todavía queda algún tiempo. .. hoy te echo especialmente de menos.

miércoles, 16 de septiembre de 2009

Sonrisa de piedra



Esta tarde he estado esperándote sentada en el banco de piedra del parque de la iglesia. Como en aquellas tardes que te veía llegar por la calle de adoquines que sube desde la playa. El viento y las gaviotas se dejaban oír rompiendo el silencio de la solitaria plaza desde cuyo centro, me llegaba la pétrea mirada de la estatua de mármol de ojos saltones, que desde su frío pedestal me observaba descarada, amenazante, mordaz.


Preferí ignorarla y fijé mi mirada en el horizonte adoquinado por el que de vez en cuando, aparecía oscura la silueta del algún viandante solitario. Pero ninguna que me recordara a ti, ninguna tan esbelta, tan firme… tan tuya.


Empezaron a caer frías gotas de lluvia al mismo tiempo que las campanadas de la iglesia con su imponente sonido, provocaran el vuelo de las pocas palomas que todavía quedaban. Y tú te retrasabas, y yo esperaba, cada vez más empapada, más fría, más quieta. Empecé a temblar sin quererlo, incapaz de controlarlo, y entonces, al mirar la estática figura que me observaba desde el centro del parque, me di cuenta que me sonreía con gesto burlón, y fue entonces cuando caí en la cuenta, de que aunque no sabía exactamente cuánto, hacía ya algún tiempo que no aparecías por el camino de adoquines.


Que cruel es a veces la realidad.

lunes, 7 de septiembre de 2009

En gris


Aunque no lo creas, cada mañana, cuando el amanecer empieza a colarse descarado por las rendijas de mi persiana, conduciéndome al despertar de la vida. En ese instante en que mi mente posa sus pies en la realidad del nuevo día, tu presencia hace hueco en mi. No puedo decir en qué lugar exactamente, pero tiene que ser en un órgano importante, vital, porque apenas puedo respirar, y un dolor agudo me atraviesa como una espada de metal incandescente. Cada mañana, en ese instante mortal, creo que voy a morir, que ha llegado el día de no poder superarlo, pero luego, al segundo siguiente, la vida se abre paso de forma cansina pero firme.


Siempre espero, o más bien, deseo con todas mis fuerzas, que esa tortura implacable y absurda, desaparezca poco a poco dando paso a la paz tranquila y acogedora que llega siempre después de una feroz tormenta, pero de momento, y muy a mi pesar, ahí persiste, anclada en el tiempo, dándole ese lúgubre tono gris a todo lo que me rodea.


Entre mis piernas se han quedado grabadas las finas líneas de las yemas de tus dedos, parecen pequeñas venas varicosas de un brillante rojo rubí. Intenté hacerlas desaparecer frotando con un áspero guante de crin, pero todavía se acentuaron más, así que allí permanecen guardándote el sitio, que en tus ausencias, se hiela insufriblemente.


Y esa luz inexistente por tu carencia, que me ha dejado a media oscuridad, y me conduce por los límites de la irrealidad, es lo único que me acompaña cada día, sin faltar uno, puntual como un reloj suizo, fiel, como un perro lazarillo.


Ahora no puedo más, déjame, ya volveré en otro momento.

miércoles, 26 de agosto de 2009

Melancolia


La sombra caía sobre mis hombros, pesada, plomiza, dejando surcos profundos y húmedos, en los que mis sentimientos íntimos resbalaban lentamente como un débil riachuelo de espeso flujo.


La sangre derramada entre mis piernas dejó un aroma metálico que ya nunca podría olvidar, y un recuerdo agrio se hizo hueco en mi mente, Pero la realidad vestía tu ausencia, y en mis oídos resonaban los llantos de las rocas bañadas por las olas del mar de mi desesperación. Me dolía la garganta de gritar tu nombre que se ahogaba en el silencio, me dolía la mente de pensarte una y otra vez, me dolía el estomago por el hueco producido por tu recuerdo, y no me cansé de buscarte en las calles de mi soledad. Deseé verte aunque sólo fuera un instante, rozar tus labios con los míos, aunque me provocara llagas que nunca conseguiría sanar. Deseé recorrer tu piel con la yema de mis dedos, aunque me quemara con el calor letal de tu cuerpo.


Y en mi debilidad, en el agotamiento que me aplastaba implacable, te vi junto a mí, desnudo sobre mi cama, y tus manos abrasaron mi cuerpo que se estremeció bajo tus caricias, que eran el único hilo que me sostenía con vida. Y en ese espacio sin tiempo, en el que mis pulmones dejaron de respirar, mientras mi mente te creaba junto a mi dándote un cuerpo que ya no me pertenecía, imaginé lo que sería poder dibujar tu perfil, sin morir de melancolía.

lunes, 24 de agosto de 2009

Te extraño


En el silencio de mis momentos, en los suspiros de mis sentimientos, en las lágrimas que lloro por dentro, en lo más profundo que siento.
En mis días comunes, en los huecos de mis pensamientos, en las palabras de mis silencios, en mis callados lamentos.
En mis añorados recuerdos, en todos y en todo, en lo que guardo y escondo, en cada momento, y en todo ello, te extraño y te quiero.

jueves, 20 de agosto de 2009

Hay un lugar







Nunca he creído en un cielo común en el que nos juntemos todos a mogollón. Lo mío es más de paraíso personalizado, donde te encontrarás con todos aquellos con los que hayas sido feliz.





Y allí, en ese lugar, espérame. Hoy te has ido, y aunque estoy muy triste, dentro de mí, brilla la luz de la esperanza, sé que nos volveremos a ver, volveremos a estar juntos, a revolcarnos por el césped, y sé, que mientras yo no llegue estarás bien acompañado, así que dales un lengüetazo de mi parte a Pachi, Pituqui, Centella, Lluneta y Fosca.
Siempre te llevaré en mi corazón.




Hay un lugar donde nuestras miradas se encontraran
Un lugar donde me sentaré a tu lado frente al mar
Donde pasearemos juntos en libertad
Hay un lugar donde mis caricias serán eternas
Un lugar donde tendremos tiempo de jugar
Donde nada ni nadie nos podrá separar

Gracias por estos once años.

miércoles, 19 de agosto de 2009

Aquella extraña historia







La brisa templada entraba por la ventana, que completamente abierta abría camino a los pensamientos obscenos de aquellos, que atreviéndose a soñar, volaban atravesando el aire rancio de la ciudad dejando atrás, miles de kilómetros intangibles.


Y allí, desnuda sobre el sofá, esperaba sin saberlo, al que de una forma extraña y extravagante, se convirtió en mi amor.


En un principio, desde la semiinconsciencia del primer sueño, creí que el cosquilleo suave que sentía en el perfil de mi pecho eran gotas de humedad salina condensada. Pero cuando la suavidad se convirtió en ligera presión, salí de mi amodorramiento y vi sus manos de dedos anchos y varoniles cubriendo mi piel.


Eran caricias lentas, calientes, que me levantaban la piel. Era una sensación agradable, tentadora, absolutamente irresistible. Me costó un largo instante creer que aquello que estaba sucediendo era real, verídico. Mis ojos soñolientos no conseguían enfocar aquel extraño instante. Y antes de conseguirlo, mis labios fueron sorprendidos por su boca lasciva. Cerré los ojos, y entonces, la visión fue perfecta.


El pelo oscuro le caí en suave cascada rizada descansando ligeramente sobre sus hombros anchos y redondos. Una incipiente barba descuidada cubría su rostro anguloso de marcada mandíbula. No podría decir que era exactamente guapo, pero si varonil, muy varonil. Yo quería observar su cuerpo que ya se apretaba contra el mío que sin preguntarme, había cedido entregándose sin condiciones. Su calor era intenso, acogedor, la humedad nos cubría, unificando aún más nuestros seres.


Su cuerpo se acopló en perfecta unión al mío, y por primera vez, mis ojos se encontraron con los suyos. En ellos no encontré color, eran todo profundidad, luz, paz. Así pasó la vida, la historia del mundo, todo sucedió en aquel momento, todo empezó y acabó en ese instante, y él me contó historias, historias increíbles, que yo, sin saberlo, ya conocía.


En aquel sofá, cada noche tendida desnuda esperando a sentir el cosquilleo suave en el perfil de mi pecho, dejé descansando mucha vida que viví saboreando su piel, dejándome desgastar por sus manos varoniles de dedos anchos. En aquel sofá vivimos aquella extraña historia de amor y pasión en la que me pasee al borde de mi locura. Sin nombre que gritarle al viento, ni fotos que guardar en un cajón. Simplemente un viejo sofá, y una ventana abierta por la que miro desnuda, por la que me asomo a mi delirio, por la que sueño que entra, sin hacer ruido

lunes, 20 de julio de 2009

Llegaremos a tiempo




Apuesto por la vida, por tu vida, que yo no ninguneo por tu condición animal. Y me da lo mismo lo que piense nadie. Vamos a luchar hasta el final, estaré junto a ti, y estoy segura, que llegaremos a tiempo. Yo no puedo salvar el mundo, pero si intentar salvarte a ti, y esa va a ser mi cruzada, nuestra cruzada.



Te dedico este paréntesis en mi descanso, que tu bien te mereces, por todo lo bueno que me has dado, que nos has dado.



Te queremos.

sábado, 4 de julio de 2009

Feliz descanso queridos, ya sabéis, liberad vuestro cuerpo, dad rienda suelta a la imaginación, dejad fluir los líquidos…

Mil besos, y hasta la vuelta.

Si te pienso


No recuerdo exactamente el momento en que tu imagen pasó a formar parte de mi campo visual. Lo que sí sé, es que no llamaste mi atención de forma especial, es más, puedo afirmar con toda seguridad, aun después del tiempo transcurrido, que pasaste absolutamente desapercibido ante mis ojos.
Fue Nacha, la que como siempre, hizo que pusiera mi atención en lo que ella calificó como “ejemplar interesante”. A lo que yo, como casi siempre también, no hice el menor caso.
Pero después, más tarde, cuando te dirigiste a mí de esa forma descarada que utilizas cuando algo te interesa realmente, no pude dejar de reparar en la profundidad del verde de tu mirada, de los hoyuelos que se forman en tus mejillas cuando ríes, de cómo se achinan tus ojos con cada una de tus sonrisas, y del leve temblor de la comisura de tus labios cuando pronuncias palabras que te cuesta decir.
Y no es que en ese mismo instante supiera que eras el hombre de mi vida, siento confesarte, que no sufrí un flechazo fulminante, no, más bien fue una carrera de fondo, algo pausado y dilatado, como el caldo cocido a fuego lento.
Tú supiste esperar, tener paciencia, dejarme macerar en mis propios pensamientos. Y dio su resultado, se podría decir que fui tu flan, y cuando abriste el horno, nuestro amor había cuajado.
Poco a poco, en mis adentros, se fue produciendo un cambio, un cambio dulce y equilibrado, provocado por ese amor suave y calmado que iba creciendo dentro de mí, cubriéndolo todo, como cubre la hiedra los muros que se encuentra en el camino. Y ese cambio que fue moldeando mi alma, como el alfarero en el torno sus vasijas, me convirtió en la mujer tierna y paciente que hoy soy, dejando atrás la persona fría y distante que siempre fui.
Gracias a ti, y a la pasión que sembraste en mi piel, aprendí a vivir utilizando mis cinco sentidos.
Nacha, riéndose de mí, cariñosamente me decía, “nena, te has enamorado hasta las trancas”, y sí, así fue, me enamoré como lo hacen las niñas de su profesor de literatura, o como los chavales de la hermana mayor de su amigo. Me enamoré de esa forma incontrolada que se enamoran los adolescentes, de esa forma, que nunca creí enamorarme.
Contra todo pronóstico, me dejé llevar, me zambullí en tu improvisación, en esa manera desordenada y espontánea tan tuya de vivir la vida. Dejé de plancharme los tejanos, y aprendí a cocinar sin pesar ni medir los condimentos.
Entonces, aquella tarde de otoño, mientras paseábamos bajo la lluvia por las calles de la ciudad, me pediste que me fuera a vivir contigo, y empapada, con el flequillo pegado sobre los ojos, te dije que sí.
La sorpresa asomó a tu mirada, y no entendí que pudieras tener alguna duda sobre cuál iba a ser mi respuesta.
Dejé a Nacha y el precioso apartamento que compartía con ella, para instalarme en tu desorden, en tu caos particular, al que ya, más o menos, me había acostumbrado. Y aquel pequeño y viejo piso fue nuestro hogar. Poco a poco y entre los dos, lo convertimos en nuestro singular universo. Pintamos las paredes plasmando en ellas el color de nuestro amor, y lo fuimos vistiendo con las telas y muebles que comprábamos en nuestros viajes, llenándolo así, de nuestras propias vivencias.
Me encantaba cuando al salir a la calle, cruzábamos de acera y nos parábamos a mirar hacia arriba, para observar nuestro pequeño balconcito repleto de flores. Tras un instante siempre decías, “rebosa felicidad ¿Lo ves?”.
Ahora, desde la distancia que me otorga el tiempo, puedo decir que fueron días felices, muy felices, y lo digo con la seguridad de saber que así los vivimos, y que saboreamos aquella felicidad, hasta su última gota.
Tu anarquía y mi mesura fueron nuestro equilibrio, y en aquellas tardes de salón en penumbras, aprendí que todo lo que fui, fue en ti, que tus silencios llenaron mis palabras, y que nuestros cuerpos, acurrucados en el sofá bajo aquella fina manta, se acostumbraron a latir a un mismo compás, en aquel invierno que fue el umbral del resto de nuestras estaciones.
Y cuando nuestras vidas habían alcanzado la armonía absoluta, en aquel pequeño piso que habíamos convertido en nuestro edén, apareció ella, alborotando nuestra tranquilidad, y desordenando nuestro orden.
Cruce de San Bernardo y Mastín de los pirineos, nos dijo el veterinario, ¿te acuerdas? Fue allí, en aquel parque al que acudíamos algunos domingos, simplemente para pasear y ver como niños y abuelos jugaban con sus veleros en el estanque de peces naranjas. Nos gustaba sentarnos al sol para admirar a los pajaritos ir de acá para allá, dando esos saltitos tan graciosos que utilizan para desplazarse por tierra. Recuerdo como te gustaba que en los días de lluvia, nos cobijáramos en la glorieta de música, para observar cómo se iban formando los charcos en los que se reflejaba el cielo gris.
Aquel día llovía torrencialmente, en el parque sólo quedábamos tú y yo refugiados en la glorieta, bueno, tú, yo, y ella, que apareció bajo la lluvia, con aire triste y melancólico. La observamos durante largo rato deambulando de un sitio a otro, dando vueltas sin rumbo fijo, se la veía desorientada, empapada bajo el chaparrón. Esperamos y esperamos, con la esperanza de que llegara alguien buscándola, pero no apareció nadie, y cuando nos acercamos a ella, pudimos observar que no llevaba collar. Su forma de mover la cola, y sus pequeños ojitos tristes, conquistaron nuestros corazones. Y sin mediar palabra, sin llegar a pacto alguno, en el silencio de nuestra complicidad, nos la llevamos a casa.
Así que allí estábamos los tres, en aquel piso tan pequeño, que entonces, con Abril estirada en el centro del salón, parecía más pequeño todavía.
Tu paciencia, tu sacrificio, tu amor por la perra, me mostró esa parte de ti tan tierna y generosa, que ha hecho que te admire y adore, de esta forma desbordante que me llena hasta sentirme plena de amor, de ternura, de pasión.
Y entonces, sin darme cuenta, empecé a sentir la necesidad de ser madre, nunca había sentido en mi piel el instinto maternal, pero al mirarte e imaginar a nuestro hijo entre tus brazos, comprendí que sólo contigo lo sería, que tan sólo a tu lado, emprendería ese camino.
Decidimos dar el paso, y aún habiéndolo planificado, nos pilló por sorpresa. Nos sentados en el sofá de nuestro salón, aguantando la respiración con el test de embarazo en la mano. Hasta Abril mantenía la mirada fija en esa especie de bolígrafo, que sin dudar, nos dijo que sí, que a partir de ese momento, íbamos a ser cuatro.
Saltabas y saltabas chillando y riendo, Abril ladró por primera vez, y yo, aún intentando hacer lo imposible por evitarlo, me eché a llorar. Parecíamos tres locos de atar, y ahora sé, que no sólo lo parecíamos, sino que realmente lo éramos.
Había llegado el momento de abandonar nuestro pequeño piso, íbamos a ser demasiados para tan poco espacio. Lo cierto es que fue una difícil decisión, he de confesarte, que cuando me cogiste de la mano para recorrerlo por última vez, en mis ojos las lágrimas luchaban por no caer rodando por mis mejillas. Cuantos recuerdos, cuantos momentos felices vividos entre esas paredes, cuanto amor pegado en los rincones, cuantos días para no olvidar. ¿Sabes? ayer pasé por enfrente, las persianas estaban cerradas, y en su pequeño balcón, ya no hay flores, ya no rebosa felicidad.
Con la ilusión en las maletas nos instalamos en el ático, creo que a quien más le gustó el cambio fue a Abril, ¡menudas siestas al sol!, en la preciosa terraza que llenamos de flores.
Aunque en un principio no estuve de acuerdo con la habitación que elegiste para el bebé, con el paso de los días me di cuenta que tenías razón, que era la más luminosa, la más cálida en invierno, y la más fresca en verano. La pintamos en aquel precioso color melocotón, tan suave y relajante.
Abril escogió nuevo sitio para dormir, frente a la puerta de la habitación del bebé. Tú te reías de ella llamándola, “el amo del calabozo”.
Yo engordaba y engordaba, y tú me mimabas y me mimabas. Me hacías andar mucho porque el médico dijo que era bueno, fuimos a las clases de preparto, nos compramos el famoso libro de los nombres. Creo que no nos dejamos ningún paso a seguir por los padres primerizos.
Aquellos días hermosos, dulces como el algodón de azúcar que tanto gusta a los niños, los dedicamos a querernos, a cuidarnos el uno al otro, a disfrutar de cada momento. Las tardes en el sofá se volvieron un poco más incomodas, pero infinitamente más tiernas, te pasabas horas con tu mano en mi abultada barriga esperando cualquier movimiento, al que siempre respondías con la misma alegría y sorpresa de la primera vez.
Pero aquella felicidad que sentimos tan nuestra que creímos que nadie nos la podría arrebatar, desapareció con la facilidad que el viento arrastra las hojas secas caídas ya de sus ramas.
Tus ojos verdes, se tiñeron de gris cuando te dije que llevaba dos días sin sentir los movimientos del bebé. Empezaste a tocarme la barriga, apretando por un lado, luego por otro, para ver si conseguías que se moviera, pero nada, no hubo respuesta, y sin esperar más, me llevaste a urgencias.
Tu preocupación se instaló en mi corazón, y sin poderlo evitar, empezaron a brotar las lágrimas en mis ojos. No quería llorar, pero un amargo presentimiento se iba apoderando de mí, según nos acercábamos al hospital.
Una vez allí, tu estado rayaba la histeria, y le gritaste a la enfermera, que mirándonos con desprecio soltó un… “primerizos”, muy bajito, que hizo que perdieras aún más los estribos.
Nos hicieron pasar rápido, no sé si por tu estado de excitación, o por la posible gravedad del caso. Pero lo cierto, es que enseguida nos atendió aquel médico tan agradable, que lo primero que hizo fue intentar tranquilizarnos, dándonos varias razones por las que nuestro bebé, podría no haberse movido en esos dos días. No obstante, dijo que ir al hospital había sido la mejor decisión, y que en un momento saldríamos de dudas y nos podríamos ir a casa tranquilamente.
Nunca deseé algo tanto como que aquel doctor no se equivocara, aunque en lo más profundo de mí ser, sabía que sí lo hacía.
Sentí tu cálida mano sobre la mía mientras el médico preparaba el ecógrafo, fueron segundos, supongo, pero a mí me parecieron horas.
No hizo falta que aquel hombre pronunciara las palabras, y digo hombre, porque en aquel instante dejó de ser médico para convertirse en persona, fue como la metamorfosis de la mariposa, frente a nosotros ya no había un profesional, sino un ser humano que reflejaba en el rostro, lo que sus ojos veían.
Tu mano se cerró apretando la mía, y mi silencioso llanto se convirtió en ahogados sollozos. No podía mirarte a los ojos, tenía miedo de enfrentarme a ellos, miedo, a lo que en ellos pudiera encontrar.
Nunca hemos hablamos de esto, quisimos olvidarlo y enterrarlo en lo más profundo de nuestro ser, y quizás no fue una buena decisión, porque los fantasmas que uno esconde, siempre vuelven, hasta que los aceptas dándoles su lugar.
Nuestro bebé había muerto, su pequeño corazoncito había dejado de latir. El doctor nos propuso inducir el parto lo antes posible, y así lo decidimos. Lo que tenía que haber sido el momento más feliz de nuestras vidas, se convirtió en la peor de las experiencias, aquellas horas amargas, de una forma u otra, nos marcaron para siempre.
Yo no quise verle, pero vi como tú lo mirabas, me sorprendió advertir una sonrisa en tus labios, una sonrisa tan tierna, que inesperadamente, me llenó de paz. Luego, cuando me miraste con tus ojos inundados de lágrimas, dijiste algo, que cada noche desde aquel día, en ese pequeño instante que mi mente se balancea entre lo real y lo irreal, te escucho pronunciar… “es un ángel cariño, se ha ido, porque es un ángel”.
Aquellos días que permanecí ingresada, fueron los más oscuros de mi existencia, el miedo a enfrentarme a aquel piso que ya olía a bebé, hacia que no tuviera ganas de volver a nuestro hogar, aunque deseaba con todas mis fuerzas salir del hospital, para poder volver a dormir abrazada a ti.
Nunca sabrás cuanto agradecí que al llegar a casa, la habitación del niño hubiera desaparecido, y en su lugar estuviera aquel despacho con las paredes pintadas de alegres y estridentes colores.
La que siguió durmiendo frente a esa puerta, negándose a olvidar, fue Abril, ¡que curiosos son los animales! ¿Verdad?
Aquel viernes por la tarde, cuando salí del trabajo y te encontré frente a la puerta sobre aquella preciosa “Harley”, no me lo podía creer, tener una moto como esa era uno de mis sueños olvidados. Me monté detrás y me agarré a tu cintura, cogimos carretera y manta hasta aquel precioso hotelito rural. Fue un fin de semana de ensueño, tu amor y ternura anegó cada uno de mis poros, de mis huecos, llegando hasta el más profundo de mis rincones. Me sentí amada hasta la locura, y te amé hasta enloquecer. Deseé que no acabara nunca, que se parara el tiempo, para poder permanecer allí, instalados en la eternidad.
Pero se acabó con la rapidez que pasa una ráfaga de viento, y una vez en casa, si no hubiera sido por los dos cascos que descansaban sobre el mueble del recibidor, hubiera creído que todo había sido un precioso sueño.
Ahora que estoy aquí, sola, en nuestra cama, con tu lado escrupulosamente liso y bien puesto, ahora, que hace unos meses que te has marchado, me pregunto, si esta vida, fue real. En este tiempo que ya no te tengo, desde aquel día que me llamaron al trabajo, y salí corriendo al hospital, desde aquel día que bese tus labios fríos como el mármol, no sé, si vivo una realidad.
Abril eligió irse contigo, en silencio, sin molestar, simplemente decidió no despertar, y me dejó aquí, más sola de lo que ya estaba. Y aquí estoy, donde me dejasteis, instalada en esta soledad, que se posa por todas partes, como el polvo sobre los muebles, creando una delicada película que aunque a primera vista no se percibe, está ahí, cubriéndolo todo, filtrándose por la más fina de las rendijas, llegando inevitablemente, hasta el último rincón.
Este tiempo he estado con Nacha, no me dejaba volver a casa, he de decirte que he hecho más cosas que nunca, me ha presentado a tanta gente, que soy incapaz de recordar a nadie. Me hizo tirar la ropa que me compré contigo, para cambiarla por cosas nuevas, incluso me llevó a la peluquería para renovar mi imagen, ¿te gusta mi nuevo corte de pelo?, y todo para que te olvidara, para que no pensara en ti, para borrarte de mi mente.
¿Te imaginas? ¿Cómo te podría olvidar? Sería como olvidar mi nombre, como renunciar a mi identidad, pero lo curioso, es que todo el mundo me decía lo mismo. “Tienes que salir, rehacer tu vida, eres muy joven, la vida sigue, tienes que olvidar”. Y organizaban mis fines de semana, y llenaban mi tiempo, me hacían compañía las veinticuatro horas del día, como los soldados que hacen guardia en las garitas de vigilancia. No querían nombrarte, evitaban tus fotos y todo aquello que me pudiera recordar a ti, era como si nunca hubieras existido, te querían borrar de mi recuerdo, como se borra una huella de un cristal cuando lo frotas con un trapo y vuelve a brillar.
Y yo, por miedo a ese dolor agudo y agrio que se había acomodado en mi estomago, por miedo a enfrentarme a nuestro ático solitario, por el terror al frio helado de esta cama nuestra, me dejé llevar. Pensé que sería lo mejor, que así sería más fácil, que podría superar el dolor si conseguía no pensarte, hacer como si no hubiera pasado nada, como si siempre hubiera estado sola.
Pero cada día el dolor era más intenso, cada día las lágrimas acudían más fácilmente a mis ojos. Cada vez, en lo más profundo de mí ser, crecía más y más una angustia agónica y punzante, que poco a poco, me iba atravesando desgarrando mi interior. Y una mañana gris y lluviosa, como aquella en la que encontramos a Abril, decidí pasear por nuestro parque, y me refugie en la glorieta, para más tarde, pisando los charcos en los que se reflejaba el cielo gris, volver a casa. Y me escapé como una niña traviesa, sin que nadie se enterara, y al abrir la puerta de nuestro hogar, me llegó tu fragancia que todavía flotaba en el ambiente, y me sentí mejor, sentí que volvías a calentar mi alma, y en nuestra habitación, saqué toda tu ropa del armario, para revolcarme con ella en nuestra cama. Y contigo tan cerca, me dormí, me dormí embriagada de ti, y soñé, soñé con tus manos recorriendo mi cuerpo, y con tus labios cálidos besando los míos. Mi boca pudo pronunciar las palabras que me dieron la paz que necesitaba, en ese sueño, me pude despedir de ti, y decirte al oído, cuanto te he amado, cuanto te amo, y cuanto te amaré.
He decidido no olvidarte, y tenerte presente en cada uno de los momentos de mi vida, como siempre desde aquel día que llegaste a mí con pasos lentos y silenciosos, dejando una huella tan profunda, que perdurara en mí hasta el fin de mis días. Porque he aprendido, que si te pienso, el dolor… es menos intenso.

lunes, 29 de junio de 2009

Sentirte

En la noche solitaria y silenciosa, leo tus letras en las que me gusta revolcarme, tus palabras resbalan por mi cuerpo dejando un rastro húmedo, brillante, impregnando mi piel de tu esencia. A veces se agarran con tanta fuerza, que me provocan heridas, heridas que se hunden en mi carne, hasta llegar a mi alma dejando en ella cicatrices, imposibles de curar.

Quisiera oírtelo decir, que soy yo a quien buscabas, quisiera, que una tarde de otoño, sentada en mi roca respirando el mar, te acercaras sigilosamente y me abrazaras por la espalda. Sin necesidad de verte, sólo sentirte, olerte, escucharte.

Te entregaría mi alma, para que la enredaras con la tuya, para que escribieras con tus letras mis sentimientos, para escribir yo con las mías tus anhelos. Para ser uno en dos, para sentir el placer que no alcanza el cuerpo.

Quisiera sentirte, desde dentro, sentirte, sin espacio, ni tiempo.

domingo, 28 de junio de 2009

Olimpia

Olimpia caminaba despacio por la ardiente acera que reflejaba los rayos solares que caían pesados sobre ella. Su falda se balanceaba al ritmo de sus caderas sobre las que descansaba la traslúcida tela. La luz perfilaba la contorneada silueta de sus largas piernas, y el aire esparcía por doquier su aroma de almizcle.

A poco le calculaba unos treinta años, lo suficiente para pasar inadvertido a sus caramelizados ojos, en los que me hubiera sumergido a plena apnea.

Andaba tras ella sigiloso observando sus glúteos subir y bajar bajo la tela, mi mente los dibujaba desnudos, suaves, prietos, rosados, con el frescor de la hierba buena. Seguía sus pasos hipnotizado imaginando su piel entre mis manos, su cuerpo contra mi cuerpo, su boca bajo mi boca. Y sin esperarlo, se giró. Sus pezones henchidos, erectos, abultaban la fina tela apuntándome directamente, una erección implacable abultó mi sexo. Ella se rió y su carcajada rebotó en las esquinas de la solitaria calle repitiéndose una y otra vez.

Yo me quedé quieto, estático, atrapado por la sensualidad de su suntuoso cuerpo que paralizo mis sentidos dejando esculpida una estúpida sonrisa en mis jóvenes labios. Sus ojos caramelo me observaban divertidos, mientras una de sus manos cogió la mía. Ante mi perplejidad, llevó mis dedos a la altura de sus pechos y sin retirar la mira de mis ojos los pasó suavemente sobre sus pezones de mármol. Por un momento pensé que la cremallera de mis pantalones iba a explotar, pero ante su resistencia un dolor ardiente se apodero de mi entrepierna.

-¿Qué edad tienes?

Su voz cálida me cogió por sorpresa. Dudé entre decir la verdad o mentir, y justo cuando iba a contestar, ella me interrumpió.

-Da igual, ¡vamos!
Empezó a andar con paso firme, volviendo a balancear la falda al compás de sus caderas. Yo ahora seguía sus pasos sin disimulo, observando cómo se hinchaban una y otra sus nalgas al caminar.

Nos adentramos en un pequeño y oscuro portal que albergaba una empinada escalera de altos peldaños por los que subimos rápidamente. No sé exactamente si fue en el tercer o cuarto piso en el que introdujo una llave que sacó de entre sus pechos. Al abrir la puerta la luz se abrió paso por el hueco del marco. Grandes ventanales daban paso a los destellantes rayos solares que resbalaban por las blancas paredes de toda la casa.

Olimpia entró sin decir nada, yo la seguí por el pasillo observando su silueta contornearse, mientras se desabrochaba la cremallera lateral del vestido, que cayó al suelo sin hacer ruido. Lo noté resbaladizo bajo mis zapatos que no lo pudieron esquivar debido a que toda mi atención estaba en ese imponente cuerpo que lucía bsolutamente desnudo, como la Venus de Velázquez.
Se adentró en una habitación en la que la luz era mucho más tenue, en el aire flotaba un ligero aroma a incienso que otorgaba un toque exótico a la estancia. Se tumbó sobre la gran cama de impolutas sabanas del color del buen vino. No podía apartar mis ojos de esos pechos de sobresalientes pezones oscuros. Entonces abrió sus piernas dejando al descubierto su sonrosado sexo absolutamente rasurado. Me recordó a un jugoso y rebosante fresón que deseé comerme.
Ella posó su mano sobre su sexo y empezó a acariciarse. El dolor en mi entrepierna comenzó ahora con más intensidad, y me apresuré a liberarlo. Me desnudé bajo su atenta mirada que me recorría lentamente mientras se mordía el labio inferior.

Se incorporó quedando sentada sobre la cama y me hizo un gesto para que me acercara. Acarició mi pene pletórico, rebosante, y pensé que iba a estallar cuando noté sus labios cubrirlo. Sentí su lengua húmeda, cálida, blanda. Empezó a moverse en lentos movimientos, succionando cuidadosamente, no podía retenerlo más, notaba como subía con fuerza pero no quería correrme todavía, así que la aparté. Ella me miró sorprendida y sonrió. Volvió a tumbarse y se abrió completamente de piernas. Me agaché y le lamí el clítoris, los labios, saboree su carnosa vulva, mientras ella se estremecía y abría aún más sus piernas. Acompasado por un agudo gemido su flujo manó cálido, sabroso, me embriagué del elixir de su cuerpo.

Quedó tendida, exhausta, quieta, mientras yo la penetraba. Al entrar en ella su cuerpo reaccionó, volviendo a la pasión aún no agotada. Ya no podía aguantar, el deseo era demasiado intenso, así que mis movimientos fueron rápidos, enérgicos, y nuestros cuerpos convulsionaron por el placer a un mismo tiempo.
Tras la pasión la calma, caí rendido en un profundo sueño en el que volví a poseer su cuerpo. Al despertar, ella no estaba, las suaves cortinas ondeaban movidas por la brisa, el olor a incienso seguía flotando en el ambiente, desesperado fui a buscarla, pero después de aquel día no la volví a ver, por eso hoy, al recordarlo, me pregunto si Olimpia fue real, o sólo un cálido sueño.

miércoles, 24 de junio de 2009

Quiero...


... compartir un momento, intimo, solitario, un momento en la nada, en el arcén del mundo, un momento en el que sólo corra el aire de un suspiro, un momento, en el que todo sonido sea un gemido, y en el que la pasión, sea el único sentido… ¿hay alguien que quiera compartirlo conmigo?

lunes, 8 de junio de 2009

Guarda silencio


No digas nada, guarda silencio, sólo obsérvame mientras te miro, y deja que respiremos juntos el tiempo, no digas nada, guarda silencio, sólo quédate quieto, y deja que nuestras manos, dibujen nuestros deseos.

sábado, 6 de junio de 2009

Para todos los vanidosos


El otro día una amiga me estuvo diciendo que por qué no daba a conocer mi blog, que debería poner enlaces, anuncios, no sé, abrirlo al ciberespacio, yo le dije que esa nunca había sido mi intención, que siempre había querido crear un espacio intimo, para una diminuta minoría, como esos pequeños pubs con música en directo, un lugar donde la calma, el silencio, la paz, me den la serenidad que necesita mi alma, un lugar al que acudir cuando la rapidez y el ruido del mundo me sobrepasa. Ella me dijo que de nada servía escribir, si nadie me leía, si no tenía el reconocimiento de un público, le expliqué que a mí con quererme yo y con mi propio reconocimiento ya tenía bastante, a lo que ella replicó “ni que pintado hija, ni que pintado, lo de vanidades te va que ni pintado”.


Aún estando segura de mis razones, su elocuencia me hizo dudar, así que cuando se marchó me dediqué a visitar blogs populares y exitosos en los que sus autores se dan baño de masas en cada una de sus entradas, blogs con enlaces, publicidad, música, seguidores, etc, etc. y después de mi ciberpaseo, después de leer y ver algunos comentarios, después del bullicio de esos blogs, volví aquí corriendo, con la misma necesidad y ansiedad con la que corro cada día cuando acabo la jornada en mi taller de restauración y necesito una buena ducha, la sensación fue la misma, quería quitarme el sudor y el polvo que me cubría.


Con esto no quiero ni menospreciar, ni criticar la labor de nadie, sólo quiero decir que cada vez tengo más claro que no pertenezco a este cibermundo, que esta no es mi guerra, y que me encanta este pequeño rincón perdido, en el que vuestros silencios son mis palabras, y vuestras palabras, la música intimista de este pequeño pub.

Esperando a la oscuridad


Seguía sentada sobre la roca, esperándola. Un sentimiento agudo, punzante, me invadía llenando mis ojos de lágrimas. En el horizonte, un ser alado dando vueltas en el espacio, dibujando curvas retorcidas, subiendo, bajando, dejándose llevar.


En el aire, o sobre él, un aroma cítrico, refrescante, un aroma que me recordaba algo lejano, lejano en el espacio y en el tiempo. Entonces sonreí, me encontré con sus ojitos azules, inocentes, con un toque melancólico, triste, y junto a ellos, otros, estos verdes, chispeantes, traviesos. Ellos, los azules y los verdes, lo iluminaron todo, apagaron el sol, cegaron el reflejo de la luna.


Por un momento la ilusión me cubrió con su manto de seda, y decidí marcharme, seguir aquel camino que emprendí hace algún tiempo. Pero mi cuerpo permaneció quieto, observando el oleaje que en algún momento me salpicó con pequeñas gotas saladas, semejantes a pequeñas lágrimas pletóricas de dolor.


Y entonces la vi, con su capa negra mirándome desde la oscuridad, llamándome desde el silencio, y supe, que por ellos, bajaría al mismo infierno, y por ellos, me agarré a la roca, y sin moverme, la vi marchar.

viernes, 22 de mayo de 2009

Aquella tarde


La tarde resbalaba por las paredes de la habitación dejando un rastro de ligeros destellos dorados que ofrecían a la estancia un aire mágico, etéreo. Mi piel ya bronceada se estremecía al contacto de la ligera brisa que entraba por la ventana agitando delicadamente los visillos de algodón. La humedad empapaba las esquinas y se pegaba a mi cuerpo otorgándole un aspecto sintético, artificial.

Junto a mí tu cuerpo. La sinuosa curva de tu espalda me sonreía recordando lo vivido apenas unas horas antes. Y tus manos ahora quietas parecían haber olvidado los dibujos trazados en mi piel.

Lentamente como si notaras mi mirada sobre tu espalda, te giraste mostrándome tu torso terso y esculpido. En tus ojos color arena asomaba una pregunta que yo quise ignorar, y entendí que o me marchaba en ese mismo instante, o quizás, luego, sería demasiado tarde. Y quise levantarme, pero te abalanzaste sobre mí como una pantera sobre su presa.

Nos revolcamos como fieras sobre la cama a la que me ataste con las mismas sabanas. Te vi sobre mí, tus músculos tensos, brillantes, tus pupilas atravesando las mías, tus labios con una sonrisa provocadora que fue mi verdugo. No sé el tiempo que transcurrió, pero cuando nos abandonamos al agotamiento, la oscuridad nos cubría.

En aquella noche de liquidas pasiones, tu sudor se mezcló con el mío y mi piel lo absorbió, y en los atardeceres cálidos cuando el relente humedece mi piel, tu aroma asoma tímidamente por cada uno de mis poros, recordándome aquella pregunta que no quise contestar a tus ojos de arena.

viernes, 8 de mayo de 2009

Viaje a ti


Acompañada de esa soledad que se había pegado a mi espalda hacía ya unos años, me subí al autobús. No tenía parada fija donde bajar, simplemente había salido a pasear, haciendo caso a un impulso instantáneo. Tenía las manos tan frías como el corazón, y al sujetarme a la barra, sentí doloridos los nudillos. Me perdí en el paisaje, la Barcelona de mis amores, la bella ciudad, que tanta calma me daba. Entonces, noté una mano que cubría la mía, me giré sobresaltada, ¿es que acaso no tiene otro lugar donde agarrarse?, pensé. Y al volverme me encontré con sus ojos, profundos, serenos, enmarcados por la huella de la madurez. Dejé mi mano bajo la suya, notando como su calor caldeaba mi alma. Nos bajamos en la siguiente parada, y nos quedamos allí, observando como el autobús se alejaba, llevándose con él, las soledades que nos acompañaban.

jueves, 7 de mayo de 2009

La pajarita


Le di las cuatro pesetas a la taquillera del metro, y ella, con movimiento mecánico, arrancó el billete rectangular del pequeño talonario que sostenía entre sus dedos. Era de color blanco grisáceo, con letras y números en negro. La fina textura del papel siempre representaba una provocación para mí. A veces conseguía reprimir mis instintos, pero otras, me dejaba llevar por ellos de forma visceral.


Sin mirarlo, lo metí en el bolsillo de mi chaquetón gris marengo, y bajando las escaleras mecánicas de la estación de Fontana, me dirigí al andén. Intentaba pensar en otras cosas, pero una y otra vez mi mente memoraba el tacto sedoso del billete.


Al llegar al andén, observe que estaba casi vacío, y me senté a esperar junto a un anciano de pelo blanco, que jugueteaba con unas llaves, haciéndolas tintinear. Los dos nos levantamos al oír el chirriar de las vías, que anunciaba la inminente llegada del tren a la estación. Subí al vagón, y me quedé de pie junto a la puerta.


Al ritmo del traqueteo y de forma inconsciente, metí la mano en el bolsillo de mi chaquetón, acaricie el billete con la yema de mis dedos, y al sentir su delicado tacto, decidí sucumbir a la tentación. No tenía porque pasar nada, sólo sería un día, no iba a tener tan mala suerte.


Lo saqué con cuidado y lo contemple unos instantes, lo acaricié con delicadeza disfrutando de su suavidad. Con mucho cuidado le recorté la parte sobrante, convirtiéndolo en un cuadrado perfecto. Ya no había marcha atrás, y de forma casi mecánica, empecé a efectuar las dobleces necesarias, hasta conseguir convertirlo en mi ansiada pajarita.


Hacía poco que mi padre me había enseñado a hacerlas, y se había convertido en una obsesión, todo papel que caía entre mis manos, acababa irremediablemente convertido en tan graciosa figurita.


Entonces, después de contemplar durante unos segundos mi obra, levanté lentamente la vista con una sonrisa complacida en mis labios, que se borró en el mismo instante en que mis ojos se encontraron con la mirada inquisidora del revisor, que parado frente a mí, me pidió el billete con voz queda.


Le mostré mi puño cerrado, y al abrirlo poco a poco, en la palma de mi mano, apareció la pajarita erguida. En ese instante, el hombre dio un paso hacia delante, y con una cálida sonrisa que iluminó su rostro, la tocó ligeramente con su dedo índice, y ante mi perplejidad, y la mirada divertida del revisor, la pajarita, salió volando. Yo lo miré asombrada, y él, guiñándome un ojo, se dio media vuelta, y se marchó a seguir pidiendo sus billetes a los pasajeros.

miércoles, 6 de mayo de 2009

La primera vez


El chorro de agua caliente caía en el centro de mi espalda, formando un cristalino riachuelo de plateados destellos, mientras el opaco vaho empañaba el espejo y los cristales de la ventana.
Conseguía mantener la mente en blanco, sin pensar en nada, concentrando mi atención únicamente en el placer que sentía mi cuerpo al relajarse. Entonces oí la puerta, “click”, nada más, no abrí los ojos, tampoco me moví, seguí en el blanco impoluto de mi mente. Después la mampara, “schhh”, y el ligero movimiento de un cuerpo. Entre abrí los ojos haciendo un esfuerzo, una figura borrosa por el vapor entró en la bañera. Volví a cerrar los ojos pero ya no había blanco, ahora estabas tú, ocupando todo el espacio. Te apretaste contra mi cuerpo, y el chorro dejó de caer en mi espalda para resbalar por la tuya. Miré mis manos, que estaban vacías, huecas… y sin quererlo, decidí llenarlas. Las llené de ti, aún sabiendo que me equivocaba, me giré para poder admirar tu cuerpo, y allí lo encontré, mojado, sensual, perfecto para ser moldeado por mí, por mi boca, perfecto para acoplarse a mis curvas.
¿Me lo regalas? Te susurré al oído después de introducir la punta de mi lengua por su orificio. ¡Sí! dijiste con un sonido gutural ahogado por el agua que descendía por tu rostro, y sentí tus manos entre mis piernas, apretaste mis nalgas, y las separaste ligeramente. Me sentí abierta, expuesta, preparada para recibirte. Te fuiste agachando lentamente, abrí las piernas… no pude evitarlo.
Te observe mientras tus labios y tu lengua saboreaban mi sexo, era una caricia suave, lenta, eternamente tierna. Tu pelo empapado se pegaba sobre tus pechos redondos cubriéndolos ligeramente. Los pezones erectos sobresalían provocadores, y deseé morderlos.
El placer anegó mis sentidos y bebiste de mí al ritmo de mis gemidos con tantas ansias como si se tratase del manantial de la eterna juventud.
Subiste por mi cuerpo hasta llegar a mis labios. Te recorrí con mis manos, sin perdonar ni un milímetro de tu piel. Acaricie tus senos suaves, cálidos y palpitantes, recorriendo con la yema de mis dedos la aureola rosada y la punta de los pezones duros y suaves por igual. Los lamí lentamente con la punta de mi lengua mientras inclinabas ligeramente tu cuerpo hacia atrás, pronunciando así su turgencia.
Mis dedos se perdieron en la espesura de tu vello púbico adentrándose en ti, notando la presión de las paredes húmedas y carnosas de tu vagina, que se me antojó el refugio de todas mis pasiones prohibidas. Tu respiración se agitaba al ritmo del movimiento de mis dedos mientras la humedad se convertía en liquida esencia que no quise desperdiciar, siendo yo esta vez la que bebió de ti
Tus ojos inyectados de deseo se clavaron en los míos, y con una sonrisa en tus seductores labios, como si hubieras leído mi mente, en un susurro casi inaudible, te oí pronunciar… siempre hay una primera vez.

sábado, 25 de abril de 2009

Perdidos en el bosque


¡Pretty joder!, mira que te lo dije, que el perro del vecino tiene muy mala leche, pero tú nada, tuviste que meter tus bigotes gatunos en su territorio, y ahora mira, no sé donde narices estamos, y da gracias de que te he encontrado. ¡Mira que corría el jodio!, un poco más y echo las tripas por la boca, claro que tú, yo creía que te pesaba el culo ese ceporril que tienes, pero tía, ni Carl Lewis. Total para acabar subiéndote a un árbol, pues ya te podías haber subido a nuestro olivo, o al cerezo del vecino, pero no claro, la señorita se ha tenido que ir a donde Cristo perdió la zapatilla para encontrar un arbolito de su gusto.


Pobre chucho, ahora me sabe mal, yo sólo quería espantarlo para que tú pudieras bajar, no quería darle cuando le tiré la piedra, pero se movió y le di en todo el cabezón, creo que no le hice herida, espero que haya encontrado el camino a casa, seguro que si, ese es más listo que tú y yo juntas. Jolines Pretty como pesas, mañana mismo te compro pienso light, bueno, eso si somos capaces de volver a casa.


Anochecía en el bosque, en el que desorientadas, Ali y Pretty intentaban encontrar el camino de vuelta. Había luna nueva, así que la visibilidad empezaba a ser dificultosa, el negro del cielo se confundía con el de las copas de los árboles, creando una cúpula oscura en la que no brillaba ni una sola estrella. Sólo el crujir de las hojas bajo las pisadas de Ali, rompían el penetrante silencio.


¡Hay mi madre Pretty! esto cada vez está más negro, ya podrías pesar veinte kilos más y tener unos colmillos de cinco centímetros, entonces irías andando y yo me sentiría más segura, porque claro, ahora si alguien nos asalta, como no te lance contra su cara no sé qué puedo hacer, además empieza a dolerme el tobillo izquierdo, será que me he lastimado en la carrera. Seguro que el perrito de las narices está tranquilamente durmiendo en su casita, y nosotras aquí, perdidas como dos idiotas en el bosque… ¿Has oído eso?¡¡¡chisss!!! ¡Calla!… no respires.


Ali se quedó estática observándolo todo en silencio, un crujido seco estalló a su izquierda, ella sobresaltada giró la cabeza en la dirección del ruido, y se topó con dos grandes ojos brillantes que la observaban.


-¡¡¡¡Ahhhhhhh!!!!


- ¡¡¡Miauuuu!!!


-¡¡Prettyyyyyy!! ¡Bájate de mi cabeza! ¡La leche! ¿Estás loca o que te pasa? Me debes haber dejado con mas rallas que cuando me hicieron las trenzas africanas. ¡La gata que te parió!... ¿Qué era eso? No lo sé, pero lo cierto es que se ha asustado más que nosotras, ha salido por piernas, o patas, o lo que tenga, no me extraña, se habrá pensado que éramos un monstruo cabezón de cuatro ojos. Mira que digo tonterías, si el monstruo era él, o ella o ello. ¡Hay Dios!, vamos a morir devoradas, aunque si empieza por ti quizás me salve, porque con lo rolliza que estás, se va a pegar un atracón que dudo mucho que le queden ganas de comer nada más. No se ve una mierda, y no sé para donde tengo que tirar, además el tobillo me duele un montón, casi no puedo andar, y se me están durmiendo los brazos, que no eres un peso pluma precisamente, ¿sabes que te digo? Que nos sentaremos bajo este árbol y esperaremos a que amanezca, ¡mira! esta rama gordota me servirá de arma, como se me acerque algo le atizo con todas mis fuerzas, y que pase lo que tenga que pasar… ¡Oh Pretty!, he sido muy feliz contigo, ¡jolines!, a ver si me callo ya de una puñetera vez y dejo de decir estupideces, que me estoy poniendo nerviosa a mí misma. Pero es que si me callo oigo un montón de ruidos extraños y me entra el canguelo, bueno ya me callo ya, ¡no me mires así!.


En la noche tenebrosa sólo se oía el lúgubre ulular del viento, Ali apretó a Pretty contra su cuerpo, mientras la gata ronroneaba satisfecha. El cansancio se apoderó de la muchacha, que poco a poco fue cayendo en un profundo sueño, sin darse cuenta que sigilosamente se le acercaban dos grandes ojos brillantes.


Empezaba a amanecer y Alberto ya se había vestido para ir a buscar a Duque, siempre se escapaba, no sabía por dónde pero se escapaba, aunque nunca había pasado la noche fuera, por eso estaba tan preocupado. Cuando llevaba un rato andando, divisó un bulto a los pies de un árbol, se fue acercando poco a poco sin poder dar crédito a lo que veían sus ojos.


- ¡Pero si es Ali la vecina, con Duque, y esa gata gorda que siempre se cuela en nuestro jardín provocando!.


Sacó el móvil y les hizo una foto a los tres, que dormían apelotonados formando una curiosa estampa.

martes, 14 de abril de 2009

Su aroma


Sus manos me recorrían y sus dedos se adentraban en mí para volver a salir lentamente al compás de nuestra respiración, que agotaba el escaso oxigeno que quedaba en la habitación. Sus labios pronunciaban mi nombre una y otra vez, mientras movía su cuerpo en una provocación excitante y obscena que me llevaba al más profundo de los delirios. Y su boca me recorría mordisqueando y lamiendo cada centímetro de mí ser, mientras mi cuerpo se retorcía en los espasmos que me provocaba el placer. Separé sus piernas con mis manos y su sexo quedó ante mí, en su plenitud, dejándose ver por completo. Sus ojos me miraban nublados, exigiéndome placer, y yo… buceé, buceé en ese mar de sensaciones, embriagándome de su esencia, zambulléndome en su fragancia, perdiendo mi identidad entre sus piernas. Y sus gemidos ocuparon espacio, y el aroma sexual de su cuerpo empapó los rincones, quedándose pegado en las esquinas, que en las noches húmedas de lluvia, se desprende cayendo sobre mi lecho, para hacerme compañía en mi soledad.

miércoles, 8 de abril de 2009

Mi suerte


He tenido la suerte de tenerte entre mis brazos, entre mis sabanas, entre mis piernas. Te he tenido enredado en mis pensamientos, enlazado con mi alma.


Te he tenido por dentro y por fuera, en la profundidad y en la superficie, en toda tu dimensión, mucho más de lo que nunca me atreví a soñar, más de lo que quisiste imaginar.


Y de cada segundo que fuiste mío, exprimí tu esencia hasta su última gota, y la absorbí diluyéndola entre mis líquidos, para que llegara así a mi sangre, y ahí está, fluyendo por mi cuerpo a toda velocidad, recorriéndome entera a cada bombeo de mi corazón.


De esa forma te sigo teniendo, en mi mirada, en mis suspiros, en el palpitar de mi cuerpo, en la suavidad de mi piel… en todo ello… te sigo teniendo.

miércoles, 25 de marzo de 2009

El espartano


Te busqué entre las sabanas y mi pensamiento, para no hallarte y encontrarme sola en mi soledad, desnuda, deseando tu cuerpo, que entre mis dedos, había dejado tantos huecos.


Entonces, cuando ya no te esperaba, entraste en la habitación, con la luz en tu espalda. Tu silueta, recortada por las sombras, se dibujaba firme, como un espartano, en la batalla de las Termópilas.


Y yo, al verte poseído por el ansia del guerrero, me preparé, me preparé para luchar. Con mi lambda tatuada en el pecho, en honor a tu memoria, memoria de mi cuerpo, moldeado por tus manos, en todos aquellos momentos, en los que en la cruzada, combatimos cuerpo a cuerpo, sin temor y sin piedad.


Y en esa lucha que fui tuya, diluyéndome en tu cuerpo, bebiendo de tu aliento, teniéndote tan dentro, comprendí, que no hay guerras ni batallas, no hay luchas ni encrucijadas, que no abandere gustosa, por poder fundirme en ti.

jueves, 5 de febrero de 2009

Silentium


Esencia de un adiós


Andaba perdida en la noche, en esa oscuridad extrema en la que transcurre mi existencia cuando la ansiedad aprieta. Y quise correr para escapar de ella, de esa soledad, agria, aguda, intensa. Y mientras corría, sin mirar a tras, sin recordar, sin arrastrar todo aquello que tanto pesa, un dolor punzante, desgarrador, invadió mi pecho ya dolorido, y diríase que me partió en dos, en Ella, y en Aquella. Aquella que fui y dejé de ser hace ya tiempo, Aquella que vestía inocencia, que soñaba sin llorar, y que gustaba observar, las gotas de mar, resbalar por su piel morena. Y Ella, la que llora por soñar, y añora la humedad, de su piel curtida por la experiencia, Ella, que guarda secretos que nadie podría imaginar, que imagina que algún día encontrará el camino que fue a buscar, Ella, que pisa fuerte porque no le queda más, cambia de rumbo, y se va. Siempre fue ave de paso, y ahora… llegó el momento de marchar.

Antes de decir adiós


Tu cuerpo brillaba reflectando los rayos de sol que se posaban en él. En algunos puntos de tu piel, se formaban pequeños arcoíris que te otorgaban un aspecto irreal, etéreo. Parecías un Dios, un Dios griego, con todos los músculos en tensión, subías y bajabas, entrabas y salías, te acercabas y te alejabas.


El flequillo color miel, calló sobre tu rostro interponiéndose entre tus ojos y los mío. Lo aparté con delicadeza, como quien acaricia una pequeña figurita de porcelana, y tú, sonriendo, me dijiste seguro, - ese gesto, estaba lleno de cariño -, yo negué con la cabeza, y retiré mi cuerpo del tuyo, -no me dejes así – dijiste recorriéndome con tu mirada. Eso no podría pasar, pero tú, no lo sabías, y tu cara, reflejaba la duda, el desconcierto, la expectación.


Te quedaste tendido, boca arriba, mirándome con curiosidad, yo junto a ti, de rodillas, te observaba detenidamente, tu pecho subiendo y bajando acompasadamente, tu abdomen liso, duro, tu sexo firme, bello. Tus labios entreabiertos, húmedos, y tus ojos, penetrantes.


La excitación crecía convirtiéndose en dolor entre mis piernas, te deseaba tanto, que necesitaba más, no podía esperar. Me puse sobre ti, acoplé tu sexo al mío, y sentada en ti, balanceé mis caderas. Con tus manos sobre mi pecho, echaste tu cabeza hacia atrás, y mirándome te mordiste el labio inferior, yo sonreí, y me incliné hacia delante para poder besarte. Te besé. Y mientras lo hacía, en ese instante, hiciste que rodáramos para volver a estar sobre mí. Me colgué de tus caderas mientras devorabas mi cuello, tu movimiento iba cobrando fuerza al compás de mis gemidos, te apoyaste en tus brazos separando tu torso del mío, y entonces las vi, pequeñas gotas de sudor, como diminutas lágrimas cristalinas, resbalaban de tu nuez, cayendo justo entre mis pechos, y formaban un pequeño riachuelo hasta llegar a mi ombligo, donde al juntarse creaban un charquito, que rebosaba con cada movimiento, continuando así su descenso, hasta perderse entre nuestros pubis.


Tu respiración se convertía en ahogados gritos, y como una explosión, entre tú y yo, los dos, uno, nuestros cuerpos, nuestras voces, nuestra pasión, al unísono, nos llegó, y el uno sintió el cálido fluir del otro, y así, cuerpo a cuerpo, descansamos, esperando el momento, de poder empezar de nuevo, antes de decir adiós.

viernes, 16 de enero de 2009

He estado pensando en ti


He estado pensando en ti, de esa forma extraña en la que suelo hacerlo. Estoy aprendiendo a volar, y quizás, si tú quieres, podamos vernos. Sólo me tienes que prometer, que me dejarás tu cuerpo. No lo quiero en exclusiva, ni en la eternidad del tiempo. Me conformo con un momento, un momento intenso en el que perdernos. Si podemos, si queremos, descubriremos, que hay más allá del cuerpo, que tu aroma, será mi sentimiento, que mis labios, dibujarán tu cuerpo, y que en un instante, seremos capaces, de hacer realidad un sueño.


He estado pensando en ti, de esa forma extraña en la que suelo hacerlo. He invocado tu cuerpo, que se estremece en mi pensamiento, he inventado tus manos, que me han enseñado el camino, de los placeres etéreos. Y al imaginar tus ojos, velados por el deseo, he descubierto, que me da miedo perderme en ellos.


He estado pensando en ti, de esa forma extraña en la que suelo hacerlo. Estoy aprendiendo a volar, y quizás, si tú quieres, podamos vernos.

viernes, 9 de enero de 2009

La cabaña


Notaba tus manos frías bajo el edredón de cuadros que cubría la cama. Nuestros cuerpos jugueteaban al despiste entre la oscuridad de las sabanas afelpadas.

La chimenea crepitaba calentando la cabaña que habíamos alquilado ese fin de semana. Fuera no paraba de nevar, así que habíamos bromeado con la posibilidad de que esa furtiva escapada se alargara más de los dos días previstos.

Para el resto de mortales tú estabas en un simposio sobre tecnología avanzada, y yo en una feria de antigüedades. Al menos no habíamos mentido del todo con el lugar, los dos habíamos dicho Madrid, y allí estábamos, o por lo menos un poquito cerca.

La cabaña la habíamos alquilado por internet, en un pueblecito perdido de la sierra madrileña, y el lugar no podía ser más idílico.

A mí me habían tenido que subir unos vecinos del pueblo, pues con mi coche habría sido imposible, y tú, no sé, te vi aparecer entre la nieve, cual montañero experimentado.

Ninguno de los dos habíamos traído maletas, lo puesto y ya está, ¿para que más?, la cabaña ya estaba surtida de todo lo necesario para sobrevivir en ella cuatro o más días, y nosotros no teníamos pensado salir de ella absolutamente para nada.

Y ahí estábamos los dos, escondiéndonos del mundo como dos adolescentes. Tu risa llenaba la habitación, como los cantos de los pájaros la primavera. Hundí mi nariz en tu pelo, olía a leña, a resina de los pinos, como el resto de tu cuerpo que desprendía aroma a naturaleza.

Permanecías tumbado boca arriba con las manos bajo tu cabeza, yo de lado pasaba mi pierna izquierda sobre las tuyas. No me cansaba de admirarte, eras como te había imaginado, tu piel tenía el color de la arena húmeda, tus ojos encerraban todo el brillo del sol, tu pelo se arrebolaba como las hojas de los arboles mecidas por el viento, y tu sonrisa, tu sonrisa era como el universo.

Te levantaste perezosamente para ir a por más leña, yo me acurruqué boca abajo y observé de soslayo como te ponías tu abrigo y salías descalzo. El frio que entró por la puerta erizó mi piel, y hundí la cabeza entre las almohadas.

Oí como se volvía a abrir la puerta, ¡que pronto! (pensé), entonces noté como retirabas con cuidado el edredón con la sabana y… ¡Ah!, Pusiste un puñado de nieve sobre mi espalda, salté de la cama como impulsada por un resorte, y mientras me quitaba la nieve de encima te vi reír y salir corriendo. Intenté cogerte por el abrigo, pero me quedé con él en la mano, y tú saliste completamente desnudo.

Verte brincar por la nieve mientras escuchaba tus alegres carcajadas me llenó de felicidad, era la imagen más erótica que jamás hubiera presenciado. Tus músculos se movían acompasados como dirigidos por un invisible director de orquesta. Yo salí también desnuda tras de ti, no pude evitarlo, al principio noté un frio punzante, pero a los pocos segundos ya no sentía nada.

Al verme abriste los brazos en cruz para recibirme, y yo me lancé contra tu cuerpo, caímos rodando por la nieve, los dos desnudos, riendo, vi lagrimas de alegría inundar tus ojos, nos besamos, y tu fuego me llegó muy dentro.

Te levantaste y me cogiste en brazos, como los novios cogen a las novias para cruzar el umbral, y eso hicimos, cruzar el umbral de nuestro pequeño paraíso de madera.

Me dejaste sobre la alfombra de pelo natural que descansaba frente a la chimenea, nos tumbamos apretados, acoplados, tapándonos con la manta del sofá, y allí, viendo caer la nieve y escuchando el ulular del viento, permanecimos toda la noche.

Me quedé dormida entre tus brazos y al despertar te vi despierto:

- ¿has dormido? (te pregunté)

- No, no quería perderme ni un solo segundo de este encuentro. (Dijiste clavando tus ojos en los míos)

En tu mirada lo vi todo, en ella estaban todas las respuestas, el significado de todo aquello que hasta ese momento no había comprendido, en tus ojos, encontré la verdad, mi verdad.

Todo el amor acumulado a lo largo de los años, floreció en mi piel, y observando tu imagen supe, que lo había estado guardando para ti.

Mi camino estaba ahí, el ligero hilillo de suave vello que unía tu pubis con tu ombligo fue mi senda, el principio de un largo viaje donde descubrir tus esencias, tus aromas, tus sabores, descubrirte fue mi meta.

Tu piel cálida, tostada, era el desierto en el que perderme, tus labios esponjosos el maná de mi perdición, tu espalda mi estepa.

Y buceé entre tus sentidos, despertando en ti cada gemido, cada escalofrió, tu cuerpo se abría a mí como las flores al sol, y bebí de tu rocío, me embriagué de tu sudor.

Te amé, como sólo se aman los amantes que lo tienen prohibido, y eso, éramos tú y yo.

El tiempo se consumía al ritmo de la leña, y las cenizas crecían formando montones grises que nos recordaban la proximidad del fin.

Nos comimos y nos bebimos, nos consumimos el uno al otro, nos impregnamos de nosotros, fuimos egoístas intentando desgastar el cuerpo ajeno para podernos llevar más.

El amanecer se juntaba con el día, con la tarde, con el anochecer, no había tiempo, el reloj paró sus manecillas, y nosotros le robamos momentos al día.
Pero por más que aprovechamos, por más que quisimos rebañar los minutos, el tiempo pasó, y en tus mejillas la palidez me habló de despedida.

Hundí mi cara en el hueco de tu cuello, e inspiré el aire que te cubría mientras sentía tus manos resbalar por mi cadera.

- Vete tú (te dije bajito), yo no podría.

- Vente conmigo (me dijiste melancólico)

- Sabes que no puedo

- Pues voy yo

- Sabes que no puedes

Tu mirada se nubló y tus labios besaron los míos, con un beso lento, nostálgico, eterno.

Te diste la vuelta y saliste por la puerta que anteriormente fue testigo de tu desnudez, pero ahora ibas vestido, y te vi caminar por la nieve, sin mirar atrás, sin girarte una última vez, y allí me quedé, mirándote, desnuda, envuelta en nuestra manta. Desapareciste con ese paso firme que tienen los montañeros experimentados, mientras los copos seguían cayendo, lánguidamente

jueves, 8 de enero de 2009

Si sólo eres un sueño


Caían los copos sobre la playa, esa playa que llamo mía sin serlo, esa playa que ha destrozado el temporal. Mía, así como mi alma, o mi mente, o espíritu. Mía, o qué se yo.

Los días plomizos y húmedos han calado en ese yo que no sé cómo llamar, han calado y me han nublado por dentro, y en ese malestar melancólico de mi yo espiritual, he decidido echarte de menos, a ti, sin ni siquiera saber si tengo derecho a hacerlo.

Llevo toda mi vida buscándote, y en esa búsqueda he perdido tanto de todo aquello que aposté. Quizás también, hice tanto daño, que al preguntarme si eres real, siento vacio al imaginar, que nada valió la pena.

Y en ese querer imaginar, imagino tus manos, el color de tu mirada, el tono de tu piel. Al querer idear tu voz, y querer dibujar tu sonrisa, advierto la irrealidad de tu ser, y lo único patente, es mi triste añoranza, que me mira de lejos, riéndose de mí.

En esta noche absurda que no me deja dormir, en esta noche en la que la soledad es mi única compañía, te necesito aquí, junto a mí, para que borres este presentimiento que me envuelve, haciéndome entender que nunca te encontraré, o peor aún, que ni siquiera existes.

Así que intentaré dormir, para encontrarte en los sueños, allí donde me susurras al oído, allí, donde tus manos cubren las mías, y el calor de tu cuerpo, se convierte en mi único abrigo. Allí te iré a buscar, donde al esperarte te hallo, allí, donde tú sabes.

Y si es verdad, si es cierto que sólo existes en mi imaginación, te voy a pedir un favor, no me lo digas nunca, guarda silencio, mantén el secreto, y sigue acudiendo como cada noche a mis sueños, que yo, en ellos, te seguiré queriendo
.