No hay nada como verme reflejada en tus ojos color café,
bueno sí, notar el calor de tus manos aferradas a mi cuerpo. Son manos de
carnicero, fuertes y nudosas pero increíblemente suaves sobre mi piel. Dices
que te gusta enredarte entre esos medios rizos de mi pelo alborotado, que te
recuerdan a los nidos de los pájaros que observabas de niño en el pinar de tu
casa. También me cuentas que mis hombros desprenden el aroma del jabón que tu
abuela ponía entre las toallas y que te encanta que mi sola presencia te haga
rememorar tan entrañables recuerdos de tu feliz infancia. Te ríes remarcando
aún más esas líneas que enmarcan tus ojos y que tanto me excitan, cuando te
digo que tú me evocas muchas cosas, pero nada que tenga que ver con mi niñez,
más bien, con oscuros deseos inconfesables.
Levanto ligeramente la sabana para observar tu cuerpo, ¡hay
que ver! No lo he conocido joven, pero me parece tan perfecto en su
madurez. Es cálido como la brisa en las
tardes de verano y suave como besos de enamorados ¡si supieras cuantas veces te
he soñado! Y ahora increíblemente te tengo aquí junto a mí, confesándome tus
deseos, diciéndome que tú también pensabas en mí, que imaginabas mi cuerpo
enlazado con el tuyo y que evocabas el sabor de mis labios en la oscuridad de
tu habitación. ¡No me lo puedo creer! Tú siempre tan correcto y tan distante,
imaginándome desnuda entre tus brazos. Sonríes al recordarlo y me besas
enmarcando mis labios con tus labios. De pronto tus ojos se nublan y bajando la
mirada susurras - ahora ya no quiero
estar sin ti- Sabes que no me gusta que te pongas serio, que no podemos
prometernos amor eterno. Me lanzo sobre tu cuerpo y tú me recibes con el
corazón abierto, somos dos locos desatados, no pensamos, no organizamos, sólo
nos dejamos llevar por nuestros deseos, por nuestros cuerpos, dejando las almas
descansar de decisiones o responsabilidades, tan solo besos y caricias se
agitan turbulentos entre las lánguidas sabanas color mostaza.
Cae la tarde proyectando sombras sobre los cristales de la
ventana, tengo que irme, mi vida no puede esperar. -¿Soñaras conmigo?- Me preguntas desde la cama,- cada noche y
alguna mañana- te contesto dirigiéndome hacia la puerta y antes de oírla
cerrar, escucho como un susurro “T’estimo”
y sin querer oírlo, sin mirar atrás, sigo mis pasos, no hay tiempo para
más.