AQUELLOS SILENCIOS QUE MI ALMA HA GUARDADO DURANTE TANTOS AÑOS,AHORA HABLAN EN ESTE RINCÓN PERDIDO, EN EL QUE SE ENTREMEZCLAN LOS ECOS DE LO REAL Y LO IMAGINARIO, QUE LLEGAN, DESDE LO MÁS PROFUNDO DE MIS ADENTROS.

Tú acomódate, desnuda tu cuerpo y tu alma, embriágate del aroma a sándalo… y sueña.

jueves, 5 de febrero de 2009

Antes de decir adiós


Tu cuerpo brillaba reflectando los rayos de sol que se posaban en él. En algunos puntos de tu piel, se formaban pequeños arcoíris que te otorgaban un aspecto irreal, etéreo. Parecías un Dios, un Dios griego, con todos los músculos en tensión, subías y bajabas, entrabas y salías, te acercabas y te alejabas.


El flequillo color miel, calló sobre tu rostro interponiéndose entre tus ojos y los mío. Lo aparté con delicadeza, como quien acaricia una pequeña figurita de porcelana, y tú, sonriendo, me dijiste seguro, - ese gesto, estaba lleno de cariño -, yo negué con la cabeza, y retiré mi cuerpo del tuyo, -no me dejes así – dijiste recorriéndome con tu mirada. Eso no podría pasar, pero tú, no lo sabías, y tu cara, reflejaba la duda, el desconcierto, la expectación.


Te quedaste tendido, boca arriba, mirándome con curiosidad, yo junto a ti, de rodillas, te observaba detenidamente, tu pecho subiendo y bajando acompasadamente, tu abdomen liso, duro, tu sexo firme, bello. Tus labios entreabiertos, húmedos, y tus ojos, penetrantes.


La excitación crecía convirtiéndose en dolor entre mis piernas, te deseaba tanto, que necesitaba más, no podía esperar. Me puse sobre ti, acoplé tu sexo al mío, y sentada en ti, balanceé mis caderas. Con tus manos sobre mi pecho, echaste tu cabeza hacia atrás, y mirándome te mordiste el labio inferior, yo sonreí, y me incliné hacia delante para poder besarte. Te besé. Y mientras lo hacía, en ese instante, hiciste que rodáramos para volver a estar sobre mí. Me colgué de tus caderas mientras devorabas mi cuello, tu movimiento iba cobrando fuerza al compás de mis gemidos, te apoyaste en tus brazos separando tu torso del mío, y entonces las vi, pequeñas gotas de sudor, como diminutas lágrimas cristalinas, resbalaban de tu nuez, cayendo justo entre mis pechos, y formaban un pequeño riachuelo hasta llegar a mi ombligo, donde al juntarse creaban un charquito, que rebosaba con cada movimiento, continuando así su descenso, hasta perderse entre nuestros pubis.


Tu respiración se convertía en ahogados gritos, y como una explosión, entre tú y yo, los dos, uno, nuestros cuerpos, nuestras voces, nuestra pasión, al unísono, nos llegó, y el uno sintió el cálido fluir del otro, y así, cuerpo a cuerpo, descansamos, esperando el momento, de poder empezar de nuevo, antes de decir adiós.

No hay comentarios: