AQUELLOS SILENCIOS QUE MI ALMA HA GUARDADO DURANTE TANTOS AÑOS,AHORA HABLAN EN ESTE RINCÓN PERDIDO, EN EL QUE SE ENTREMEZCLAN LOS ECOS DE LO REAL Y LO IMAGINARIO, QUE LLEGAN, DESDE LO MÁS PROFUNDO DE MIS ADENTROS.

Tú acomódate, desnuda tu cuerpo y tu alma, embriágate del aroma a sándalo… y sueña.

viernes, 22 de mayo de 2009

Aquella tarde


La tarde resbalaba por las paredes de la habitación dejando un rastro de ligeros destellos dorados que ofrecían a la estancia un aire mágico, etéreo. Mi piel ya bronceada se estremecía al contacto de la ligera brisa que entraba por la ventana agitando delicadamente los visillos de algodón. La humedad empapaba las esquinas y se pegaba a mi cuerpo otorgándole un aspecto sintético, artificial.

Junto a mí tu cuerpo. La sinuosa curva de tu espalda me sonreía recordando lo vivido apenas unas horas antes. Y tus manos ahora quietas parecían haber olvidado los dibujos trazados en mi piel.

Lentamente como si notaras mi mirada sobre tu espalda, te giraste mostrándome tu torso terso y esculpido. En tus ojos color arena asomaba una pregunta que yo quise ignorar, y entendí que o me marchaba en ese mismo instante, o quizás, luego, sería demasiado tarde. Y quise levantarme, pero te abalanzaste sobre mí como una pantera sobre su presa.

Nos revolcamos como fieras sobre la cama a la que me ataste con las mismas sabanas. Te vi sobre mí, tus músculos tensos, brillantes, tus pupilas atravesando las mías, tus labios con una sonrisa provocadora que fue mi verdugo. No sé el tiempo que transcurrió, pero cuando nos abandonamos al agotamiento, la oscuridad nos cubría.

En aquella noche de liquidas pasiones, tu sudor se mezcló con el mío y mi piel lo absorbió, y en los atardeceres cálidos cuando el relente humedece mi piel, tu aroma asoma tímidamente por cada uno de mis poros, recordándome aquella pregunta que no quise contestar a tus ojos de arena.

viernes, 8 de mayo de 2009

Viaje a ti


Acompañada de esa soledad que se había pegado a mi espalda hacía ya unos años, me subí al autobús. No tenía parada fija donde bajar, simplemente había salido a pasear, haciendo caso a un impulso instantáneo. Tenía las manos tan frías como el corazón, y al sujetarme a la barra, sentí doloridos los nudillos. Me perdí en el paisaje, la Barcelona de mis amores, la bella ciudad, que tanta calma me daba. Entonces, noté una mano que cubría la mía, me giré sobresaltada, ¿es que acaso no tiene otro lugar donde agarrarse?, pensé. Y al volverme me encontré con sus ojos, profundos, serenos, enmarcados por la huella de la madurez. Dejé mi mano bajo la suya, notando como su calor caldeaba mi alma. Nos bajamos en la siguiente parada, y nos quedamos allí, observando como el autobús se alejaba, llevándose con él, las soledades que nos acompañaban.

jueves, 7 de mayo de 2009

La pajarita


Le di las cuatro pesetas a la taquillera del metro, y ella, con movimiento mecánico, arrancó el billete rectangular del pequeño talonario que sostenía entre sus dedos. Era de color blanco grisáceo, con letras y números en negro. La fina textura del papel siempre representaba una provocación para mí. A veces conseguía reprimir mis instintos, pero otras, me dejaba llevar por ellos de forma visceral.


Sin mirarlo, lo metí en el bolsillo de mi chaquetón gris marengo, y bajando las escaleras mecánicas de la estación de Fontana, me dirigí al andén. Intentaba pensar en otras cosas, pero una y otra vez mi mente memoraba el tacto sedoso del billete.


Al llegar al andén, observe que estaba casi vacío, y me senté a esperar junto a un anciano de pelo blanco, que jugueteaba con unas llaves, haciéndolas tintinear. Los dos nos levantamos al oír el chirriar de las vías, que anunciaba la inminente llegada del tren a la estación. Subí al vagón, y me quedé de pie junto a la puerta.


Al ritmo del traqueteo y de forma inconsciente, metí la mano en el bolsillo de mi chaquetón, acaricie el billete con la yema de mis dedos, y al sentir su delicado tacto, decidí sucumbir a la tentación. No tenía porque pasar nada, sólo sería un día, no iba a tener tan mala suerte.


Lo saqué con cuidado y lo contemple unos instantes, lo acaricié con delicadeza disfrutando de su suavidad. Con mucho cuidado le recorté la parte sobrante, convirtiéndolo en un cuadrado perfecto. Ya no había marcha atrás, y de forma casi mecánica, empecé a efectuar las dobleces necesarias, hasta conseguir convertirlo en mi ansiada pajarita.


Hacía poco que mi padre me había enseñado a hacerlas, y se había convertido en una obsesión, todo papel que caía entre mis manos, acababa irremediablemente convertido en tan graciosa figurita.


Entonces, después de contemplar durante unos segundos mi obra, levanté lentamente la vista con una sonrisa complacida en mis labios, que se borró en el mismo instante en que mis ojos se encontraron con la mirada inquisidora del revisor, que parado frente a mí, me pidió el billete con voz queda.


Le mostré mi puño cerrado, y al abrirlo poco a poco, en la palma de mi mano, apareció la pajarita erguida. En ese instante, el hombre dio un paso hacia delante, y con una cálida sonrisa que iluminó su rostro, la tocó ligeramente con su dedo índice, y ante mi perplejidad, y la mirada divertida del revisor, la pajarita, salió volando. Yo lo miré asombrada, y él, guiñándome un ojo, se dio media vuelta, y se marchó a seguir pidiendo sus billetes a los pasajeros.

miércoles, 6 de mayo de 2009

La primera vez


El chorro de agua caliente caía en el centro de mi espalda, formando un cristalino riachuelo de plateados destellos, mientras el opaco vaho empañaba el espejo y los cristales de la ventana.
Conseguía mantener la mente en blanco, sin pensar en nada, concentrando mi atención únicamente en el placer que sentía mi cuerpo al relajarse. Entonces oí la puerta, “click”, nada más, no abrí los ojos, tampoco me moví, seguí en el blanco impoluto de mi mente. Después la mampara, “schhh”, y el ligero movimiento de un cuerpo. Entre abrí los ojos haciendo un esfuerzo, una figura borrosa por el vapor entró en la bañera. Volví a cerrar los ojos pero ya no había blanco, ahora estabas tú, ocupando todo el espacio. Te apretaste contra mi cuerpo, y el chorro dejó de caer en mi espalda para resbalar por la tuya. Miré mis manos, que estaban vacías, huecas… y sin quererlo, decidí llenarlas. Las llené de ti, aún sabiendo que me equivocaba, me giré para poder admirar tu cuerpo, y allí lo encontré, mojado, sensual, perfecto para ser moldeado por mí, por mi boca, perfecto para acoplarse a mis curvas.
¿Me lo regalas? Te susurré al oído después de introducir la punta de mi lengua por su orificio. ¡Sí! dijiste con un sonido gutural ahogado por el agua que descendía por tu rostro, y sentí tus manos entre mis piernas, apretaste mis nalgas, y las separaste ligeramente. Me sentí abierta, expuesta, preparada para recibirte. Te fuiste agachando lentamente, abrí las piernas… no pude evitarlo.
Te observe mientras tus labios y tu lengua saboreaban mi sexo, era una caricia suave, lenta, eternamente tierna. Tu pelo empapado se pegaba sobre tus pechos redondos cubriéndolos ligeramente. Los pezones erectos sobresalían provocadores, y deseé morderlos.
El placer anegó mis sentidos y bebiste de mí al ritmo de mis gemidos con tantas ansias como si se tratase del manantial de la eterna juventud.
Subiste por mi cuerpo hasta llegar a mis labios. Te recorrí con mis manos, sin perdonar ni un milímetro de tu piel. Acaricie tus senos suaves, cálidos y palpitantes, recorriendo con la yema de mis dedos la aureola rosada y la punta de los pezones duros y suaves por igual. Los lamí lentamente con la punta de mi lengua mientras inclinabas ligeramente tu cuerpo hacia atrás, pronunciando así su turgencia.
Mis dedos se perdieron en la espesura de tu vello púbico adentrándose en ti, notando la presión de las paredes húmedas y carnosas de tu vagina, que se me antojó el refugio de todas mis pasiones prohibidas. Tu respiración se agitaba al ritmo del movimiento de mis dedos mientras la humedad se convertía en liquida esencia que no quise desperdiciar, siendo yo esta vez la que bebió de ti
Tus ojos inyectados de deseo se clavaron en los míos, y con una sonrisa en tus seductores labios, como si hubieras leído mi mente, en un susurro casi inaudible, te oí pronunciar… siempre hay una primera vez.