AQUELLOS SILENCIOS QUE MI ALMA HA GUARDADO DURANTE TANTOS AÑOS,AHORA HABLAN EN ESTE RINCÓN PERDIDO, EN EL QUE SE ENTREMEZCLAN LOS ECOS DE LO REAL Y LO IMAGINARIO, QUE LLEGAN, DESDE LO MÁS PROFUNDO DE MIS ADENTROS.

Tú acomódate, desnuda tu cuerpo y tu alma, embriágate del aroma a sándalo… y sueña.

jueves, 4 de octubre de 2007

Sofía


Como cada mañana, a las 08’00 en punto, sin retrasarse un segundo del reloj digital que le salió a su madre en un tambor de detergente. Sofía emprendía el camino hacia la escuela. Hoy su madre no quería dejarla marchar, pues había oído en la radio que habrían ventiscas, y con el frío que hacia y la nieve que había caído durante la noche, era mejor que se quedara en casa, además así la ayudaría a ella con las tareas del hogar. Sofía insistía en que habían dicho que las ventiscas serían por la tarde noche, y que hoy en clase de naturales estudiarían la fotosíntesis, y ella no se lo quería perder.
Iba contenta, aunque hacía un frío que pelaba, su abrigo era heredado de una prima suya que a su vez lo había heredado de su hermana mayor, así, que después de tantas lavadas estaba más fino que el papel de fumar. Llevaba el gorro que le había hecho su madre, una bufanda de lana apelmazada que le irritaba el cuello, y unos guantes que tenían más agujeros que un queso gruyer, pero eso sí, se había puesto dos pares de calcetines y las botas de agua forradas de borreguillo que le había regalado su abuela hacía ya dos años. Se las compró grandes para que le duraran, aunque ahora ya empezaban a apretarle, pero al menos los pies los llevaba calentitos.
Cuando ya se había alejado de la casa, sacó a Cecilia de su vieja cartera. Cecilia era una bonita muñeca de trapo que había hecho ella misma, y que escondía, porque los ojos eran dos delicados botones de cristal azul que había cogido del costurero de su madre.
- Mira Cecilia que bonito está todo tan blanco. ¿A que nunca lo habías visto tan nevado? ¡Mañana es mi cumpleaños! ¡Cumplo 10 años! ¡Así que le pediré a la princesa de las Nieves que te convierta en una niña de verdad, para que podamos jugar, reír y saltar juntas! ¿Te imaginas, Cecilia? ¡Eso sí que sería un regalo de verdad!
Sofía se agacho para hacer una bola de nieve con su mano derecha, mientras aguantaba
a Cecilia con la izquierda.
-
¡Uf! Como me duele la espalda, es de los golpes que me dio el otro día papá, se enfadó mucho, pero es que tenía razón, se me calló el vaso de leche que me había pedido, y la leche no se puede desperdiciar, pobrecito ¡va siempre tan cansado!, perdió los nervios y me atizó con el cinturón. Ahora ya me duele menos, así no se me olvidará, y la próxima vez, tendré más cuidado.
Parece que se está levantando aire, ¡Mira Cecilia! ¡Empieza a nevar!
Sofía siguió caminando, sus pasos eran lentos debido a la nieve en la que se hundían sus pies, y a la resistencia que empezaba a ponerle el viento.
- ¿Has visto que hoja tan bonita? Se la voy a llevar a la Señorita Ana para que la cuelgue en la pared, casi todas las que hay decorando la clase las he llevado yo. (dijo abriendo la cartera). La guardaré junto al almuerzo, que hoy he tenido suerte, anoche a papá le sobró un trocito de queso y un buen mendrugo de pan, así que hoy Natalia no se podrá reír de mi diciendo que sólo como pan duro como los tontos. Ella siempre lleva bocadillos de pan crujiente untado en mantequilla, con jamón cocido, chorizo, queso, e incluso algunos días los lleva con jamón cocido y queso a la vez. A veces me gustaría decirle que me lo deje probar, pero no se lo pido porque sé que no me dará, y encima se reirá de mí. ¡Hala! son las 08’20 y todavía no hemos llegado al gran castaño, como no me de prisa llegaremos tarde, pero es que cada vez me cuesta más andar con este viento.
Sofía iba encorvando poco a poco su cuerpecito para poder avanzar entre la ventisca, el frío que traspasaba fácilmente su viejo abrigo iba calando en sus pequeños huesos, y el cansancio sin que se diera cuenta, se iba apoderando de ella.
-
Cecilia ¿sabes una cosa? El otro día cuando papa entró en mi habitación, ¿te acuerdas que yo te apreté fuerte contra mi pecho? Se acostó en mi cama junto a mi, y metió su mano por dentro de mis braguitas, yo no quería y comencé a llorar, pero él me dijo que estuviera tranquila, que lo hacía porque yo era una niña mala, y que si se lo decía a alguien me mandarían a un colegio de niñas malas donde ya no podría ver nunca más, ni a mamá, ni a mis hermanitos. Yo no quiero ir a ese colegio, tengo que aprender a ser buena, yo sé que papa lo hace para enseñarme, que él no lo quiere hacer, ¡pero yo soy mala!, Cecilia ¿crees que alguna vez podré ser una niña buena?
Sofía seguía caminando por el sendero que le llevaba al único sitio donde conseguía ser feliz, y hoy era un día especial, ¡iban a estudiar la fotosíntesis!, pero cada vez tenía menos fuerza.
- ¡Mira Cecilia esa piedra! Nos sentaremos un ratito para descansar, si llegamos un poquito tarde yo se lo explicare a la Señorita Ana, y ella lo entenderá, es tan buena, nunca me castiga y siempre dice que soy una niña muy lista.
Sofía se sentó junto a la piedra para resguardarse del viento, y metió a Cecilia dentro de su abrigo para protegerla del frío. Miró su reloj digital y vio que eran las 08’45, ahora me levanto, pensó, pero siguió sentada observando sus manitas enfundadas en esos guantes raídos, que aunque eran viejos a ella le gustaban. Sacó la hoja de su cartera y contemplándola murmuró, seguro que a la Señorita Ana le encanta, pero una ráfaga de aire se la quitó. Sofía observó como se la llevaba el viento haciendo piruetas, y los ojos se le llenaron de lágrimas. Volvió a mirar el reloj y vio que marcaba las 09’00 en punto, hoy llego tarde, ¡nunca dejaré de ser una niña mala! Cerró los ojos y dejó de sentir el frío y el viento en su cara, cuando los entreabrió vio una figura que se acercaba a ella
- ¡Oh Cecilia, eres tú!
Exclamó sonriendo, por fin su sueño se había hecho realidad…, y Sofía se quedó dormida.

miércoles, 3 de octubre de 2007

Para todos los vanidosos


Hola queridos y queridas, aquí estamos en un nuevo otoño, callado intimo y melancólico, ¡como me gusta!, me encantan las tardes cortas, grises y lluviosas, que hacen latir con más fuerza los corazones de los enamorados, que arropan las ocultas historias de los amantes y agudizan el ingenio de los poetas. Quizás entristezcan un poco a los solitarios, pero sus calidos colores ocres y sus húmedos olores, nos devolverán a la tan enriquecedora vida interior, que en verano siempre dejamos un poco de lado.