Miro a mí alrededor y veo gente de tez gris con la mirada
perdida en modernísimos teléfonos móviles, hacen extraños sonidos guturales que
no llego a entender por la tensión que destilan. En la televisión personas con
pancartas en las que se leen mensajes que en algunos casos suenan a amenaza o a
amargas reivindicaciones, otras agitan banderas cargadas de odio y rencor.
Humanos tristes y amargados bebiendo del veneno que ellos mismos crearon. Unidos por la esencia de su especie, el
egocéntrico egoísmo innato en cada uno.
No me gusta este país que se desquebraja y que huele a amargura y menos la humanidad
que lo habita.
Pero entonces, me
vuelvo hacia el otro lado y me pierdo en unos redondos ojos color coca-cola
llenos de paz, que me transmiten todo el amor que puede caber en una vida. Hay
tanta esperanza en ellos, están tan faltos de odio y tristeza que me hacen
sonreír. Acerco mis labios a ese huequito cálido de sus orejas que tanto me
gusta, le doy un beso y el olor de su esencia pura me invade, me transmite
tanta calma que me templa el alma.
Esos ojos, son como oasis en un desierto.