Acompañada de esa soledad que se había pegado a mi espalda hacía ya unos años, me subí al autobús. No tenía parada fija donde bajar, simplemente había salido a pasear, haciendo caso a un impulso instantáneo. Tenía las manos tan frías como el corazón, y al sujetarme a la barra, sentí doloridos los nudillos. Me perdí en el paisaje, la Barcelona de mis amores, la bella ciudad, que tanta calma me daba. Entonces, noté una mano que cubría la mía, me giré sobresaltada, ¿es que acaso no tiene otro lugar donde agarrarse?, pensé. Y al volverme me encontré con sus ojos, profundos, serenos, enmarcados por la huella de la madurez. Dejé mi mano bajo la suya, notando como su calor caldeaba mi alma. Nos bajamos en la siguiente parada, y nos quedamos allí, observando como el autobús se alejaba, llevándose con él, las soledades que nos acompañaban.
4 comentarios:
Y después y a tu lado, cualquier milagro será posible.
Siempre tan cálida, gracias guapa.
Mil besos
Aunque a veces ande en silencio (no por el cubrebocas que de nada vale ante la mentira), no pierdo la oportunidad de subirme a tus transportes o caminar por tus oscuridades. Besos y abrazos para las noches de sueños tórridos.
El ex lobo, Marváz.
Yo también paseo en silencio por un lugar, el de nadie, en el que quizás, después de una larga noche, si me quedan fuerzas, te dejaré algunas letras.
Siento decirte que para mí, siempre serás el lobo, concédeme al menos ese privilegio.
Mil besos.
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