AQUELLOS SILENCIOS QUE MI ALMA HA GUARDADO DURANTE TANTOS AÑOS,AHORA HABLAN EN ESTE RINCÓN PERDIDO, EN EL QUE SE ENTREMEZCLAN LOS ECOS DE LO REAL Y LO IMAGINARIO, QUE LLEGAN, DESDE LO MÁS PROFUNDO DE MIS ADENTROS.

Tú acomódate, desnuda tu cuerpo y tu alma, embriágate del aroma a sándalo… y sueña.

jueves, 7 de mayo de 2009

La pajarita


Le di las cuatro pesetas a la taquillera del metro, y ella, con movimiento mecánico, arrancó el billete rectangular del pequeño talonario que sostenía entre sus dedos. Era de color blanco grisáceo, con letras y números en negro. La fina textura del papel siempre representaba una provocación para mí. A veces conseguía reprimir mis instintos, pero otras, me dejaba llevar por ellos de forma visceral.


Sin mirarlo, lo metí en el bolsillo de mi chaquetón gris marengo, y bajando las escaleras mecánicas de la estación de Fontana, me dirigí al andén. Intentaba pensar en otras cosas, pero una y otra vez mi mente memoraba el tacto sedoso del billete.


Al llegar al andén, observe que estaba casi vacío, y me senté a esperar junto a un anciano de pelo blanco, que jugueteaba con unas llaves, haciéndolas tintinear. Los dos nos levantamos al oír el chirriar de las vías, que anunciaba la inminente llegada del tren a la estación. Subí al vagón, y me quedé de pie junto a la puerta.


Al ritmo del traqueteo y de forma inconsciente, metí la mano en el bolsillo de mi chaquetón, acaricie el billete con la yema de mis dedos, y al sentir su delicado tacto, decidí sucumbir a la tentación. No tenía porque pasar nada, sólo sería un día, no iba a tener tan mala suerte.


Lo saqué con cuidado y lo contemple unos instantes, lo acaricié con delicadeza disfrutando de su suavidad. Con mucho cuidado le recorté la parte sobrante, convirtiéndolo en un cuadrado perfecto. Ya no había marcha atrás, y de forma casi mecánica, empecé a efectuar las dobleces necesarias, hasta conseguir convertirlo en mi ansiada pajarita.


Hacía poco que mi padre me había enseñado a hacerlas, y se había convertido en una obsesión, todo papel que caía entre mis manos, acababa irremediablemente convertido en tan graciosa figurita.


Entonces, después de contemplar durante unos segundos mi obra, levanté lentamente la vista con una sonrisa complacida en mis labios, que se borró en el mismo instante en que mis ojos se encontraron con la mirada inquisidora del revisor, que parado frente a mí, me pidió el billete con voz queda.


Le mostré mi puño cerrado, y al abrirlo poco a poco, en la palma de mi mano, apareció la pajarita erguida. En ese instante, el hombre dio un paso hacia delante, y con una cálida sonrisa que iluminó su rostro, la tocó ligeramente con su dedo índice, y ante mi perplejidad, y la mirada divertida del revisor, la pajarita, salió volando. Yo lo miré asombrada, y él, guiñándome un ojo, se dio media vuelta, y se marchó a seguir pidiendo sus billetes a los pasajeros.

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