AQUELLOS SILENCIOS QUE MI ALMA HA GUARDADO DURANTE TANTOS AÑOS,AHORA HABLAN EN ESTE RINCÓN PERDIDO, EN EL QUE SE ENTREMEZCLAN LOS ECOS DE LO REAL Y LO IMAGINARIO, QUE LLEGAN, DESDE LO MÁS PROFUNDO DE MIS ADENTROS.

Tú acomódate, desnuda tu cuerpo y tu alma, embriágate del aroma a sándalo… y sueña.

sábado, 22 de diciembre de 2007

Sin espacio ni tiempo




Había parado el coche en el mirador de la carretera. La luna casi llena iluminaba la playa dejando ver la furia de las olas estrellándose contra las rocas. La espuma tenia un brillo fluorescente que hipnotizó a Alberto.
Allí se quedó, parado, con la mirada fija en el mar y una tristeza que no terminaba de entender quemándole las entrañas.
Que absurdo era todo, tenía 38 años y se sentía enamorado como uno de quince, con ese pensar cada momento en ella, con esas ganas de llorar al no poderla ver, y ese cosquilleo en la barriga cuando la tenía cerca. Era irracional y delirante, las emociones le revolvían el estómago hasta darle ganas de vomitar, y lo peor de todo era no poder controlar los sentimientos.
Hacía ocho años que vivía con María y tenían dos hijas gemelas de seis. Su relación era buena, con sus altos y sus bajos, como todas, estancada en la rutina de la vida cotidiana, como tantas y tantas parejas que forman una familia.
A Ángela la conoció por casualidad, cada año en la empresa les obligaban a hacer cursillos, esta vez podían elegir entre psicología, ingles o relajación. Alberto había elegido relajación, porque la psicología le aburría soberanamente y para el inglés era un completo negado. Las clases eran de dos horas el primer jueves de cada mes, en horario laboral, de seis a ocho, así que cuando terminaba se iba a casa directamente.
Al principio Ángela no le había llamado la atención, era la profesora, tenía 42 años como ella misma confesó al presentarse el primer día de clase. El pelo castaño por encima de los hombros, casi siempre recogido con una pinza, y los ojos pardos, con una mirada entre melancólica y misteriosa. Poco a poco Alberto se había comenzado a sentir profundamente atraído por ella.
Últimamente cuando hacía el amor con Maria pensaba en Ángela, nunca antes había hecho una cosa así, y no se sentía bien, puesto que el amaba a su mujer, pero no podía evitarlo. Pasaba los días contando los que le faltaban para verla, y cuando llegaba el momento se sentía nervioso, luego, al terminar la clase, le inundaba una tremenda tristeza.
Observaba a Ángela para poder adivinar si ella sentía algo parecido hacia él, pero no advertía el menor indicio de acercamiento, quizá más bien, una cierta indiferencia.
Se estaba obsesionando y eso empezaba a preocuparle.
Una tarde fría y lluviosa al llegar a la pequeña academia la encontró cerrada, empujó ligeramente la puerta y sin ofrecer resistencia se abrió. Estaba todo en penumbras, sólo al final del pasillo brillaba una tenue luz. Alberto avanzó lentamente dejando atrás la puerta del aula en la que acostumbraban a dar clase, extrañado por el silencio y la quietud:
- ¿Hola? (dijo quedo).
- Adelante. (contesto Ángela)
Alberto siguió caminando hasta llegar al lugar de donde se filtraba la luz, dio unos ligeros golpecitos en la puerta con los nudillos y la abrió lentamente. El olor a incienso natural impregnaba el aire, e hilillos de humo bailoteaban en la penumbra al suave ritmo de la música sacra, que sonaba suavemente en la media luz creada por las lámparas, que tapadas con pañuelos de seda le daban un ambiente exótico a la sala. Allí, sentada en un gran cojín que descansaba sobre una mullida alfombra de pelo, estaba Ángela con las piernas entrecruzadas y sujetando con sus manos un gran tazón humeante.

- Hola, (le dijo sonriente) ¿Qué haces aquí? Hoy no hay clase ¿no te han avisado?
- Pues no la verdad, nadie me ha dicho nada.
- Siento que hallas venido hasta aquí, pero yo esta mañana llamé a la empresa para decirles, que como algunos alumnos me habían avisado que no podrían venir, pasábamos la clase al jueves que viene.
- Bueno da igual, no te preocupes así me he paseado y de paso, escaqueado del despacho
- ¿Quieres una infusión de azahar? (le dijo mostrándole el tazón que tenia entre las manos)
- ¿Una infusión de azahar? (le contesto él sorprendido)
- Si bueno, desde jovencita mi madre me la daba para los dolores menstruales, pero no te asuste también sirve para relajarse, conciliar el sueño y más cosas. Y la verdad es que está muy buena, pero si quieres tengo Hierba Luisa y Escaramujo.
- ¡Humm! La Hierba Luisa me encanta, pero no quisiera molestarte.
- No es molestia, mira, tú coge ese cojín de ahí, acércalo y ponte cómodo, mientras yo te preparo la tisana (le dijo mientras se levantaba y le señalaba un gran cojín de terciopelo rojo, que estaba junto a otros más pequeños en un rincón de la habitación).
Alberto se sentía tranquilo, relajado, un calido bienestar invadía todo su cuerpo. Puso su cojín junto al de Ángela, y observando como preparaba la infusión, supo que algo iba a cambiar ese día, ese momento.
Hablaron del crecimiento personal, la meditación, el tantra, “la ciencia de la vida”el Ayurveda, al final, para hacer una demostración práctica Ángela le ofreció un masaje relajante, y Alberto propuso que fuera al revés, él le daría el masaje, guiado por ella. Después de una pequeña discusión, cubrieron la alfombra con unas toallas, pusieron unos cojines y Ángela le dio una botellita de aceite de ciprés, luego se quito toda la ropa menos las braguitas y se tumbo boca abajo. Alberto que se había ido al baño deliberadamente para que ella se sintiera más cómoda, entró en la habitación y al observarla casi desnuda, sintió como se le aceleraba el corazón. Lentamente se impregnó las manos con el aceite, y las puso sobre su espalda, era una piel suave tersa, empezó a acariciarla y Ángela comenzó a guiarle. Al principio la oía lenta, segura, con la voz calmada, luego y poco a poco dejó de oírla, sus manos se deslizaban como encantadas, presionando con delicadeza, sintiendo la calidez, los músculos relajados pero fuertes se revolvían entre sus manos que moldeaban los muslos firmes. Al subir por sus caderas, Alberto sintió que se mareaba, le parecía que todo daba vueltas. Ya no sentía el aroma a incienso ni al aceite de ciprés, sólo la olía a ella, la fragancia de su piel, su feminidad, su esencia de mujer. La música sacra ya no se escuchaba, únicamente un ligero y suave tintineo de cascabeles repiqueteaba en sus oídos, cerro los ojos y aspiró fuerte, al volverlos a abrir vio como una ligera neblina les envolvía. Un suave gemido lo sacó de su éxtasis. Lenta muy lentamente Ángela se dio la vuelta, sus pechos maduros representaban la belleza en si, serena, calida, la belleza amada, deseada, la del fondo del amor, la que te enloquece, la que te hace vibrar. Poco a poco Alberto fue subiendo su mirada hasta enlazarla con la de ella, en sus ojos vio el universo lleno de estrellas, de planetas, de vidas, vio en ellos la transparencia de los ríos, la pasión del fuego, la energía de la tierra.. Y sabiéndose perdido se dejó llevar, cayó vencido.
Perdieron la noción del tiempo, del espacio, haciéndose el uno del otro, perdiendo su identidad, entregando aquello tan profundo, tan íntimo, que duele tanto sacar. Los dos en silencio, exhaustos, permanecían quietos, apretados el uno contra el otro, calados de temor, seguros de que ya nada volvería a ser igual.
Sonó el teléfono inquieto, exigente, Ángela corrió a cogerlo
La realidad le abofeteó la cara, era su marido preocupado, ella se excusó, le dijo que ya pronto estaría en casa.
Alberto se vistió, ella desnuda lo observaba, se abrazaron, él hundió la cara en su cuello e inhaló su aroma, se lleno de ella, se besaron y poco a poco separaron sus cuerpos. Sabían que era el principio, pero que debía ser el final. Sus almas se habían encontrado a través de sus cuerpos, y ahora sus cuerpos se decían adiós con el dolor de sus almas.
Ángela supo que su vida iba a cambiar, hablaría con su marido, no quería engañarlo, ni hacerle daño, era injusto seguir a su lado sabiendo que nunca podría darle, lo que se había llevado Alberto. Alberto por el contrario, seguiría con María en su rutina cotidiana, imaginándola Ángela, en cada momento.
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1 comentario:

Anónimo dijo...

Buen Blog, Saludos.
Arrevoire de Carpe Diem.