AQUELLOS SILENCIOS QUE MI ALMA HA GUARDADO DURANTE TANTOS AÑOS,AHORA HABLAN EN ESTE RINCÓN PERDIDO, EN EL QUE SE ENTREMEZCLAN LOS ECOS DE LO REAL Y LO IMAGINARIO, QUE LLEGAN, DESDE LO MÁS PROFUNDO DE MIS ADENTROS.

Tú acomódate, desnuda tu cuerpo y tu alma, embriágate del aroma a sándalo… y sueña.

viernes, 31 de agosto de 2007

Clara, Clarita, y los vientos de amor


En la tarde rizada y fría, como si fuera de otoño, Clara, Clarita, como siempre la llamaba él entre susurros tiernos y jadeos de amor. Permanecía quieta, estirado su escueto cuerpo sobre la roca, escueto y carente de voluminosas curvas, aunque no por ello falto de sensualidad.

Clara, Clarita, como siempre la llamaba él, observaba con sus redondos ojos, dos pájaros que volaban juntos, unidos como dos cerezas enlazadas por el mismo pedúnculo. La muchacha de oscuros cabellos, no es que fuera una erudita en la materia pajaril, pero a esos dos los tenía bien calados. Eran una hermosa pareja de albatros, los conocía por su bonita historia de amor.

Clara, Clarita, como siempre la llamaba él, en una tarde de otoño de esas de las de verdad, escuchaba a su padre, que sentado junto a la chimenea asando piñones del pino de su jardín, le contó que los albatros eran pájaros monógamos que cuando les faltaba su pareja, eran capaces de morir de amor. Aquello le impresionó tanto que dejó de soñar que era una princesa, para imaginarse sobrevolando los mares en la dirección del viento, junto a su amado, y supo con certeza ciega, que no cesaría en su vuelo hasta encontrar a su albatros.

Clara, Clarita, como siempre la llamaba él, sintió sobre sus labios unos labios salados de mar. Y Clara, que no Clarita, abrió sus redondos ojos, y mirando los de él, brillantes como los rayos del sol sobre las olas, se levantó, y lanzándose al mar, se alejó nadando en esa tarde rizada y fría, como si fuera de otoño.

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